viernes, 14 de agosto de 2015

Las cosas de Chus Visor: una reflexión y algún recuerdo

Hace una semana, en Expoesía 2015, varios poetas me confesaron que se habían sentido algo decepcionados por mi falta de respuesta pública a los insultos con que Chus Visor me “regaló” en una entrevista aparecida en El Cultural de El Mundo. La verdad es que dudé mucho tras anunciarlo en Facebook. Después pensé que era mejor esperar y escribir sin la tensión del primer momento. La opinión de los poetas asistentes a la feria y algunas conversaciones con buenos amigos me han llevado a pensar que, a más de un mes de distancia, la frialdad de juicio se impondrá a la vehemencia. A continuación, mis reflexiones en forma de artículo.


El viernes, 26 de junio, en una larga entrevista en El Cultural de El Mundo, Nuria Azancot, a propósito de las críticas que habían aparecido en distintos medios a la antología El canon abierto, interpelaba al veterano editor de poesía Jesús García Sánchez, conocido como Chus Visor, con las palabras que siguen y sin referencia alguna a suplemento, crítico o revista: "Bueno, también hace unos días se publicaba que Visor había presionado para que sus autores salieran en una antología". La respuesta, de gran rigor intelectual, superó en altura a la pregunta: “Ah, eso es lo de ese chico que es más tonto cada día, Manuel Rico. Si tengo 900 libros de poesía publicados  una antología reúne a los 40 mejores poetas de Hispanoamérica, y de esos, 9 están en Visor, malpiensa que la editorial ha debido de presionar o algo así. ¡Será tonto! Pero como lo publica en El País, la gente se lo cree, aunque sea una idiotez”. No me consta precedente alguno en el que un editor se dedica a insultar a un crítico con ese tono entre desdeñoso, suficiente y autoritario. Todo un estilo en el que el editor, como en otras ocasiones, se retrata. No hay más que leer mi crítica en Babelia para ver que en ningún caso afirmo lo que Azancot subraya: tras valorar positivamente el componente plural de la antología y elogiar el método de selección, constato un dato objetivo que llama la atención de cualquier lector: 11, de los 13 poetas españoles seleccionados, han obtenido premios que edita Visor. Punto. Es el editor quien saca conclusiones y quien pone sobre la mesa sus fantasmas respondiendo a algo que yo no escribí… y, quizá, mostrando su mala conciencia (pero eso ya es asunto de psicólogos). Curiosamente, algunas semanas antes, publiqué, también un Babelia, una elogiosa reseña sobre un libro de Benjamín Prado editado por él: no dijo ni Pamplona.

Supe de la insultante respuesta a Nuria Azancot en la misma tarde del 26, por una llamada de mi amigo el novelista Justo Sotelo, que no se creía lo que estaba leyendo. Cuando cerré la conversación con Justo, busqué, llamando a varios amigos comunes, el móvil de Chus: no se me ocurría otra respuesta que llamarlo para que él, directamente, me explicara el despropósito y las razones del mismo. No lo encontré. Como obligado sucedáneo de la llamada telefónica, le envié un mail de carácter privado del que al día de la fecha no he obtenido respuesta. Una confirmación del talante autoritario y pelín soberbio con que se expresó: o de la plena conciencia de que carecía de cualquier asomo de razón.

Yo fui (soy, creo, aunque han pasado doce años desde entonces
) autor de Visor con un libro con una historia que no procede contar, Donde nunca hubo ángeles. Mi relación con Chus ha sido siempre amistosa, de respeto mutuo aunque bordeando la ironía y la chanza en no pocas ocasiones (soy del Real Madrid y él del Atlético), y la propia de un autor ante uno de sus editores: intenté en varias ocasiones publicar un nuevo libro con él sin que mediara el consabido premio: infructuosamente. Deduzco que no le gustó el libro (lo cual no es un demérito después de conocer sus gustos más depurados) o que su precaria situación económica no le permitía añadir, sin subvención o premio, un título más a su catálogo o, sencillamente, que no le caigo bien por razones que se me escapan. Aunque no me es difícil apuntarlas. Lo haré a continuación.

Nunca he ocultado mi admiración por el trabajo desarrollado durante décadas por el editor García Sánchez. Pese a su concepción de la poesía, con la que discrepo, siempre he considerado que en los años 70 abrió una nueva vía de difusión, distribución y promoción de la poesía hasta convertirse en un referente obligado. Después, las cosas discurrieron por otro camino: la proliferación de premios institucionales de los que Visor se beneficia vía edición, ahorro de derechos y alguna que otra ventaja adicional (dinero público a fin de cuentas), la subvención y la búsqueda de  proyectos financiados por las administraciones a ambos lados del Atlántico, y la beligerancia vehemente contra cualquier crítico que se atreva a señalar alguno de sus errores o a discrepar de su línea editorial, han ido marcando la pauta de su sello, un sello que, como bien apunta Martín López-Vega, es el equivalente al Planeta en el ámbito de la poesía y foco de atracción de todo poeta que quiera mucha difusión y distribución sin competencia. No está mal, por cierto. Un deseo tan legítimo o más que cualquier otro.

Sin embargo, difícilmente soporta la crítica. No esconde sus filias ni sus fobias y convierte su particular mirada en una categoría universal de nocivos efectos para el conjunto del panorama poético de nuestro país. Más de una vez he dicho (creo que Vázquez Montalbán decía algo parecido) que el buen crítico de poesía es aquel capaz de descubrir, en todo libro, su "proteína", su contenido de poesía de calidad más allá de la opción estética de su autor. En otras palabras, gozar y reconocer la calidad de la poesía de Claudio Rodríguez,  por ejemplo, y de Ángel González, de Blas de Otero, por ejemplo, y de  Pablo García Baena, de Miguel Hernández y de Aleixandre, en las antípodas estéticas unos de los otros.... La misma visión abierta reclamo del buen editor de poesía: acoger la pluralidad, respetar las distintas opciones formales y temáticas, ser generoso e integrador y saber detectar la calidad, el “duende” que respira en todo buen poema, sea realista o sea onírico o irracional.

Chus Visor no oculta que no le gusta la poesía de Antonio Gamoneda (aunque sí parece gustarle la de Gelman, lo que no deja de ser una contradicción: la estética del argentino está mucho más próxima a la del leonés que a la de sus poetas preferentes), proclama su identificación con la poesía más directa y conversacional, con el realismo dominante en lo que se ha venido en llamar "poesía de la experiencia". Hasta ahí, todo normal (salvo lo de Gelman). Lo que no es tan normal es que considere casi ataques personales las críticas a ese tipo de poesía (de la que, todo hay que decirlo, yo estoy muy próximo) o los desacuerdos con la obra de algunos de sus más señalados poetas. Precisamente en ese ámbito es donde la actitud de Chus, de manera abierta o implícita, me ha parecido improcedente por autoritaria, despectiva y si se me apura clasista. Y lo he escrito y afirmado públicamente.  

Dos son los “momentos” en que me he manifestado de ese modo. La primera fue a propósito de la imagen que, desde círculos próximos a la editorial, se transmitía del poeta Ángel González tras su fallecimiento, una imagen superficial y arquetípica, vinculada a la noche, al alcohol y a la juerga, que lo alejaba del que yo había leído y conocido en los años 70 y cuyos poemas habían sido referentes de mi generación. Lo conté, delante de Chus y de algunos de sus autores y amigos, en un homenaje en un pueblo de la periferia de Madrid y lo escribí en el libro que se publicó con ese motivo. El texto puede ser leído en este enlace: “El Ángel González al que quiero, admiro y releo”. Y en este blog hay una reflexión sobre aquel homenaje (¨Ángel González y Javier Egea").


El segundo fue más ruidoso: me vi moralmente obligado a responder a la riada de descalificaciones e insultos a un Antonio Gamoneda que se había atrevido a decir, tras la muerte de Benedetti, que valoraba más su actitud cívica que su poesía. Al constatar el silencio con que en el mundo poético fueron recibidos esos insultos (en los que se empeñaron a fondo algunos autores “de la casa”), sentí la responsabilidad de defender al poeta leonés. Y lo hice con un artículo que se publicó en Opinión de El País en junio de 2009. Como el artículo puede ser leído íntegramente (“Lo inoportuno y lo inaceptable” ) sólo me limitaré a reproducir lo que llegó a decir Chus Visor del premio Cervantes leonés: lo calificó de poeta "de segunda división", de "ser sujeto al techo por telarañas", afirmando que Benedetti "comparado con Gamoneda es el Barça frente al Alcoyano".

Esos son los dos momentos en los que me he expresado críticamente respecto al “canon Chus Visor” sobre poesía y sobre poetas. Tengo la íntima convicción de que ambos textos no le pasaron inadvertidos. Y de que, con independencia de las numerosas críticas que, con un fondo elogioso, he publicado de libros de sus colecciones a lo largo de mi vida, en su respuesta a Nuria Azancot y en su salida de tono estaba ese recuerdo. Se puede --y se debe-- discrepar del editor de poesía más importante, cuantitativamente al menos, del país. Es saludable. Digo más: es no sólo saludable sino imprescindible, necesario. Aunque parezca mentira, su tendencia a la simplificación, al desprecio y a la descalificación con un cierto toque de chulería, no deben quedar sin la crítica o la respuesta de rigor. A veces, el silencio oculta miedos y prevenciones que nada tienen que ver con la libertad de expresión. Tomemos nota.

Se ha escrito mucho sobre otros aspectos de la entrevista, especialmente sobre su descalificación de la poesía escrita por mujeres y de la mayoría de las poetas españolas. No abundaré sobre ello, pero en su propio catálogo hay mujeres que desmienten su apreciación. Y en la historia más reciente de nuestra poesía, no pocos nombres insustituibles: Julieta Valero, Concha García, Olga Novo, Olvido García Valdés, Elena Medel, Raquel Lanseros, Angelina Gatell, Julia Uceda, Francisca Aguirre, Blanca Andreu, Clara Janés, Miriam Reyes, Marta Agudo, Amalia Iglesias, Rosa Lentini, Ana Pérez Cañamares, Ana Merino, Ángeles Mora, Rosana Acquaroni, Chantal Maillard, Esperanza Ortega, Elvira Daudet, Guadalupe Grande…. ¿Para qué seguir?

Confío en hablar algún día con Chus Visor sobre estos asuntos. Creo que el diálogo, la discrepancia en el respeto y el intercambio de ideas y posiciones es un elemento básico de todo ecosistema literario, y más aún poético, que se precie. Tengo el orgullo de dirigir una colección de poesía en las antípodas del criterio que Chus proclama: diversidad, atención a las poetas, convivencia de estéticas, autofinanciación sin subvenciones pese a las dificultades, ausencia de premios, atención a poetas olvidados, recsate de grandes libros…. Es decir, independiente. Es el mismo principio que aplico a la crítica. A pesar de los pesares. Y, sobre todo, a pesar del más importante editor de poesía del país y, sobre todo, a pesar de sus insultos.   


lunes, 3 de agosto de 2015

"Eagle Pond": dos miradas, dos vidas, dos poesías... y una historia.

Estado actual de Eagle Pond, residencia de Donald Hall
La laguna del águila” es, para cualquier lector en castellano, una referencia cargada de evocaciones de lo más diverso. Para el lector en inglés, sobre todo para el norteamericano familiarizado con la poesía contemporánea de su país, el referente Eagle Pond es claro: conduce al poeta casi nonagenario Donald Hall. Es el nombre de la finca donde se levanta la casa donde nació en 1928, en la que discurrió gran parte de su infancia, el lugar en donde descubrió los secretos de la naturaleza y de la vida. En Eagle Pond vivió, desde 1975, junto a su amada y compañera, la poeta Jane Kenyon, y allí combatió su propia enfermedad y experimentó el dolor de la muerte de ella en 1995, con sólo 47 años.

La finca Eagle Pond está situada en el estado norteamericano de New Hampshire. Fue construida en 1906 y adquirida por el bisabuelo de Hall en 1865. Rodeada de grandes bosques, junto a una estrecha carretera  y cerca de un lago, en ella Donald y Jane escribieron algunos de sus más hermosos poemas. De todo ello da cuenta Juan José Velez Otero, el principal traductor de su poesía al castellano, en el prólogo al libro que por decisión de él mismo y del editor de Valparaíso Ediciones, Javier Bozalongo, tomó como título el nombre de la vieja housefarm. 

Eagle Pond recoge una amplia selección de los poemas que, con sus paisajes y su vida como referentes, escribieron tanto Donald Hall como Jane Kenyon.  Es un libro emocionante, cargado de experiencia y de memoria, en el que no es difícil advertir el pulso de una poesía directa, alérgica al artificio gratuito y profundamente apegada al temblor, no siempre visible, de la realidad. Aunque hay diferencias entre la poesía de uno y de otra (más próxima a la experimentación la de él, más sencilla y realista la de ella), ambas comparten una dependencia sentimental hacia los escenarios donde discurrió la vida: su vida. 

Jane Kenyon
Confieso que mi lectura de la poesía norteamericana del último medio siglo con motivo de mi labor en la colección de Bartleby me ha ayudado a desprenderme de no pocos complejos respecto a mi propia poesía y a sus vínculos con lo vivido, con la memoria íntima, con algunas emociones alejadas de lo colectivo, algo sobre lo que he escrito algunas líneas en este blog (enlace) y sobre lo que escribiré a propósito de Los días extraños, mi último poemario, no tardando mucho. En todo caso, la lectura y relectura de Eagle Pond es la confirmación de esa evolución personal. Jane Kenyon escribe poemas a las estaciones, a los cambios que advierte en la naturaleza, a recuerdos en apariencia irrelevantes como el acto de planchar el mantel de la abuela, unos calcetines, la labor de unos pintores en la casa, la tormenta del verano, las flores heridas por la escarcha, el sol del crepúsculo o la laguna cuando anochece.... Son las señales que construyen una vida, que, al evocarlas, despliegan un mundo, un tiempo, unos paisajes y un hogar compartido: una realidad, en definitiva, que el paso del tiempo se lleva inevitablemente y que sólo podrá vivirse en el poema.  Los poemas de Kenyon, inéditos en español (Vélez Otero subraya la existencia en España de una amplia selección -a la que califica de excelente-, De otra manera (Pre-Textos, 2007),  traducida por Hilaro Barrero) agrupados bajo el epígrafe "Poemas de la laguna", tienen mucho de autobiográfico y en ellos, aunque aludan a la enfermedad (Donald Hall padeció un cáncer que superó y ella murió de leucemia), hay un punto gozoso, que nos habla de la felicidad, de la preminencia de la vida sobre la muerte incluso en los momentos más difíciles:

"No, la felicidad es el tío que nunca conociste,
que llega con un avión de un solo motor
a la pista de aterrizaje cubierta de hierba y va al pueblo
haciendo autoestop, pregunta en todas las casas
hasta que te encuentra dormida a media tarde
que es como sueles estar durante las despiadadas
horas de tu desesperanza".
                               (Jane Kenyon. Fragmento del poema "Felicidad")


De Donald Hall escribí hace un par de años una entrada en este blog a propósito de su libro-testimonio de la experiencia de la enfermedad y muerte de JaneWithout. Una portentosa elegía en la que la cotidianidad y la épica de las pequeñas cosas que rodean la vida (y la muerte) cobraban forma a través de un verbo poderoso, fuertemente emotivo y, a la vez, renovador. Tiempo después me llegó otro poemario escrito bajo el peso de tan doloroso acontecimiento, La cama pintada. Llama la atención que Hall, nacido en Eagle Pond y protagonista de una memoria sentimental de infancia y adolescencia vinculada a la finca, aporte al libro bastantes menos poemas que su compañera. Sobre todo, si tenemos en cuenta que la edición  y la selección de los textos ha sido llevada a cabo, según nos cuenta Vélez Otero, el traductor, por él mismo.

Textos del libro Viejos y nuevos poemas, de 1990, de Manzanas blancas (2006) conforman el grueso de esta segunda parte. A ellos hay que añadir tres poemas recogidos bajo el epígrafe "Museo de las ideas claras". Aunque no es el estilo directo y despojado de Kenyon, la práctica totalidad de los poemas de Hall reflejan un parecido modo de acercamiento a la realidad de la granja y de la existencia allí sedimentada. La diferencia está en cierta propensión a la imagen imprevista, a incorporar elementos oníricos, ensoñaciones que rozan el campo de la fantasía aunque sin perder nunca la dimensión de lo real evocado:

   "En la cocina de la casa antigua, ya tarde, 
estaba preparando café
   y, casi dormido, pensaba en mis amigos.
Entonces cambió el sueño. Esperé.
   Caminaba solo todo el día por la ciudad
donde nací. Hacía frío. 
  era un sábado de enero, 
cuando nada ocurre. Las calles cambiaban
   al tiempo que el cielo se oscurecía"

                         (Donald Hall. Fragmento del poema "En la cocina de la vieja casa")

El amor, el paso del tiempo, las labores del campo y el placer que transmiten cuando se hacen sin el peso de la obligación, los recuerdos familiares y, como no podía ser de otro modo, las vivencias junto a una Jane Kenyon mortalmente herida por la leucemia, son los temas que aborda Hall.

Eagle Pond es, obviamente, una selección de poemas que alimentaron distintos libros de ambos poetas. Sin embargo, puede ser contemplada como la crónica narrativa de una comunión con una casa, con los paisajes que la rodean y con las costumbres que, a lo largo de los años, le dieron sentido, un sentido que va mucho más allá del valor sentimental de un inmueble y del terreno en que se levanta. La casa-granja que vemos, semioculta entre los árboles, en la portada del libro, es un ser vivo, un personaje centenario en el que respiran los familiares que desaparecieron, los amigos que acompañaron noches de charla y chimenea, las horas dedicadas a la escritura frente a una ventana que da al bosque o al monte Kearsarge, los momentos de sexo y de amor en el tiempo de la felicidad de la pareja, la noticia del carretero, el recuerdo de la cocina de la abuela o los signos que en la naturaleza nos indican la proximidad de los solsticios..

Es ese libro que muchos hubiéramos querido escribir. Un libro en el que, por encima de todo artificio, la poesía cobra la densidad de la existencia que jamás alcanzaremos a vivir.

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Eagle Pond / Jane Kenyon y Donald Hall. Valparaíso Ediciones. Granada, 2015. 141 pags.

Amamos con Joan Manuel Serrat - Mi despedida

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