miércoles, 15 de enero de 2014

En legítima defensa: los poetas y la poesía en tiempos de crisis


El 20 de julio de 1979, un periódico madrileño de ámbito nacional abría la crónica del homenaje a Blas de Otero, fallecido semanas antes, con las palabras siguientes:  “Al aire libre, en la plaza de toros de Las Ventas, de Madrid, cerca de 40.000 personas manifestaban con los primeros aplausos su apoyo a un «festival» de poemas y canciones, que duraría más de tres horas, en recuerdo del poeta (Blas de Otero) fallecido en la madrugada del 29 de junio pasado”.

La plaza de toros de Las Ventas a rebosar y la multitud allí presente coreando las canciones basadas en sus poemas y los poetas y escritores  leyendo sus versos y el pueblo de Madrid, los ciudadanos de a pie que habían llegado de los barrios extremos, que venían de las universidades, de los institutos, de las fábricas, establecían una comunicación intensa, viva, con la memoria del poeta.  Cuarenta mil personas de todas las edades escuchando versos, aplaudiendo versos, emocionándose.

En aquellos años, albores de la democracia, la poesía aparecía íntimamente vinculada con el proceso que estaba viviendo el país. Recuerdo a Alberti recitando poemas en un viejo campo de fútbol de tierra en el barrio de San Blas. A Carlos Álvarez, Félix Grande  y Carlos Sahagún en un descampado de Orcasitas alternándose en la tribuna para leer sus poemas con los dirigentes vecinales que exigían la remodelación del barrio, el final del chabolismo o la construcción de un centro sanitario. Recuerdo lecturas de poemas y poesía musicada (textos de Agustín Millares, de Celaya, de Hierro, de Ángela Figuera, de Neruda, de Antonio Machado) ante más de 500 jóvenes en los bajos de lo que sería el centro cívico-social de la UVA de Hortaleza  y a jóvenes poetas leyendo sus propios versos en el salón de actos del centro juvenil de la parroquia del viejo barrio, hoy desaparecido, de Portugalete, con el aforo sobrepasado. Recuerdo a Diego Jesús Jiménez celebrando la noche de San Juan  en el madrileño barrio de Santa María en el umbral de la democracia y leyendo sus poemas ante un auditorio en el que se mezclaban gentes de toda condición. Recuerdo el descubrimiento de los poemas de Caballero Bonald (sobre todo, un memorable poema que transcribí en mi novela Los días de Eisenhower, “Dehesa de la Villa”), leídos en un foro a rebosar de una asociación de vecinos de Vallecas.

También recuerdo, hace mucho menos tiempo, a Juan Gelman (en 2008) ante el atril en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares recibiendo el Premio Cervantes  y reivindicando, en su discurso, la memoria colectiva y la dignidad de los hombres y mujeres que aún estaban enterrados en innominadas cunetas o en descampados perdidos en la España interior y derrotada. Y reivindicando a la poesía como ese “lugar más calcinado del idioma” donde encontrarnos y soñar un mundo distinto. 

La crisis de hoy: nuestra crisis, nuestros poetas 

Desde entonces hasta hoy, la poesía como coadyuvante al cambio social, a la toma de conciencia del ciudadano de a pie ha retrocedido. La política progresista ha ido alejándose de los poetas y los poetas han seguido el único camino que vienen recorriendo desde los primeros cantos de juglaría: el de la poesía como respuesta a las incertidumbres de los seres humanos, el de la poesía como iluminadora de zonas ocultas de la realidad, como espacio en el que es posible imaginar un mundo hospitalario, de seres libres e iguales en el que la cultura y las posibilidades de creación artística estén sustentadas en la igualdad de oportunidades.

La crisis económica que comenzó a extender su sombra en el verano de 2008 ha tenido sus cronistas en el ámbito del periodismo, sus tertulianos en esa frontera en la que la pura opinión se entrelaza con la vocación de estrellato, sus políticos sinceros y sus políticos hipócritas y cómplices, sus columnistas escribiendo entre la teoría política y el cotilleo. Esos son quienes se han mostrado y se muestran  en los foros públicos, especialmente en ese escenario con millones de espectadores que es la televisión. Los poetas han sido los grandes ausentes en la crisis. Sin embargo, ahí estaban, más vivos que nunca quizá: escribiendo en humildes habitaciones de alquiler o en la vivienda familiar; leyendo versos a pequeños grupos en librerías o bares, en centros culturales asediados por los recortes o amenazados por  quienes consideran la poesía una dedicación inútil; en foros universitarios dirigidos a universitarios aficionados a la filología; en jornadas en las que los poetas leían a otros poetas y eran, a la vez, intérpretes y público…. Batiéndose en Internet y en las redes sociales por abrir paso a su mirada sobre la realidad y sus contradicciones. Y en algunos programas de la radio pública emitidos en horas imposibles y no siempre proclives a mostrar una poesía diseccionadora de los aspectos más duros de una realidad que avanza en la precariedad y en la pobreza en la misma medida en que se engrosan los beneficios de las grandes corporaciones multinacionales y los bancos.

A pesar del silencio de algunos medios convencionales (en un programa de la televisión pública como Página 2 se pueden contar con los dedos de media mano las veces en que, en sus más de cinco años de vigencia, ha tratado libros de poesía o se ha entrevistado a poetas), los poetas han escrito del mundo que les rodeaba y que les rodea, un mundo al que ofrecen su dramática cotidianidad seis millones de parados, que muestra, en calles circundadas por locales clausurados, con cierres pintados de graffiti o empapelados con carteles inútiles, las huellas de una miseria que cada vez es más difícil de ocultar, han escrito y escriben de los jóvenes sin horizonte, sabios hijos de la generación que hizo la transición a los que las clases dominantes van dejando en la cuneta.  Los poetas han salido de las torres de cristal y de la neutralidad aséptica a la que no pocos críticos y profesores les condenaban, y se han multiplicado las iniciativas que han llevado al poeta a la calle, a contribuir a la movilización social y política, a ofrecer su palabra a quienes la necesitaban (el pasado mes de noviembre, en Madrid, los poetas pusieron su voz para oponerse a los recortes sanitarios, o celebraron un encuentro crítico, "Voces del Extremo", por ejemplo).  Es decir, la poesía ha recuperado su capacidad de conjura, su vertiente más crítica, su potencial de emoción para ayudar a los ciudadanos a vivir la crisis, a luchar contra ella y, sobre todo, a conocer sus raíces, su origen radicalmente inhumano para enfrentarse a ella y a quienes la provocaron y la aprovechan.


¿Poesía social? No simplifiquemos. Poesía entendida en su sentido más profundo: ayudando a la memoria colectiva y mostrando viejas humillaciones que hoy se prolongan a los más jóvenes;  buscando la magia originaria de la palabra para abrir rendijas al mundo feliz que se nos niega (algo parecido a la “muerte en efigie” con que, tal y como demostró Arnold Hauser, el hombre del paleolítico apresaba a la bestia a través del arte: comer, combatir el hambre, meter al bisonte en el hogar, eso era la felicidad en la caverna); descubriendo lo que no nos descubre ni ilumina el periodismo y que sólo es explicable gracias al lenguaje revelador de la poesía. Así nos contó la desolación de Nueva York a principios del siglo XX Federico García Lorca:

"La aurora de Nueva York tiene 
cuatro columnas de cieno 
y un huracán de negras palomas 
que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime 
por las inmensas escaleras 
buscando entre las aristas 
nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca 
porque allí no hay mañana ni esperanza posible. 
A veces las monedas en enjambres furiosos 
taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos 
que no habrá paraíso ni amores deshojados; 
saben que van al cieno de números y leyes, 
a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos 
en impúdico reto de ciencia sin raíces. 
Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes 
como recién salidas de un naufragio de sangre." 

Con palabra nueva . Como lo hicieron en Chicago Carl Sandburg en medio de la crisis del 29, o Edgar Lee Masters en la imaginaria Spoon River, reflejo de todas las ciudades de la Historia, o Antonio Machado en la Soria terrible de su tiempo, por no referirme a Miguel Hernández y su grito resistente o a César Vallejo  indagando en las fisuras y quiebras del idioma.  

En legítima defensa, un libro de todos los poetas ante la crisis 

Ante la crisis provocada, ante el ataque a nuestros derechos y libertades, ejercer la legítima defensa con el más poderoso instrumento con que el hombre cuenta desde su propio origen: la palabra. Añado: la palabra poética. Esa es la proteína, el sentido profundo de la iniciativa que impulsamos, hace poco más de un año, Pepo Paz y quien esto suscribe, desde Bartleby Editores.  Invitar a los poetas a rebelarse y a indignarse con su principal destreza, con su más valioso patrimonio: sus versos.  Respondieron más de doscientos autores de todas las edades. Poetas de distintas generaciones se aprestaron a convivir en un maravilloso acto de resistencia: contribuir a un libro colectivo en el que se hermanan textos de nuestros dos poetas premio Cervantes vivos, Antonio Gamoneda, que aporta poema y prólogo, y José Manuel Caballero Bonald. Junto a ellos, una ejército de escritores que van de Félix Grande o Juan Carlos Mestre, o Angelina Gatell, a Gsús Bonilla, Ana Pérez Cañamares o Julieta Valero, pasando por Eduardo Moga, Miguel Casado, Felipe Benítez Reyes u Olvido García Valdés entre otros, o por poetas apenas conocidos que han comenzado a dar sus primeros pasos literarios en la Red.

Todos sabemos que la poesía difícilmente hace cambiar la Historia. Pero también sabemos que algo ayuda. Al menos, puede acompañarnos y contribuir a que nuestra conciencia no se acartone, se mantenga viva y se hermane con la respiración de la calle.  

sábado, 4 de enero de 2014

De listas y de autores: Chirbes, Blas de Otero, Muñoz Molina. Mi reflexión al margen


Como un crítico más, he participado en el proceso, que se repite cada mes de diciembre, de decantación de los diez mejores libros del año, siempre desde la óptica de los especialistas de Babelia. El resultado es conocido por todos (Libros del año)la selección de cada "especialista" también, y la sistemática utilizada parece las más próxima a una "justicia poética": cada crítico remite una lista de diez, ordenados de mayor a menor importancia y de todos los géneros. Se puntúan de 10 a 1, en el orden enunciado, y los que obtienen más puntos pasan a formar parte de la lista. Más allá de los aspectos técnicos y de la metodología, me parece pertinente reflexionar sobre el resultado y, sobre todo, sobre algunos aspectos que creo especialmente significativos y sobre los que nadie, a mi parecer, ha reflexionado.

El primer dato a considerar es el hecho de que entre los cinco primeros están tres libros de autores españoles. El primero, En la orilla, de Rafael Chirbes. El tercero y el cuarto, la poesía completa de Blas de Otero, editada (¡al fin!) por Galaxia Gutenberg con el cuidado que su obra merece, y Todo lo que era sólido, de Antonio Muñoz Molina, respectivamente.

El segundo dato a destacar, es que la poesía sigue siendo la pariente pobre de la literatura. Aunque en el recorrido global por las valoraciones de los críticos, se refleja la presencia de poemarios (se hacen públicos los cinco mejor valorados en columna aparte) es llamativa su ausencia en la relación de los 20 del ranking principal: sólo la obra de Blas de Otero y Los libros proféticos de William Blake encuentran un hueco en él. En el fondo, esa ausencia no hace sino reflejar el peso que el género tiene en el ámbito lector entendido en sentido global.   

El tercero es la distancia que el contenido de la lista establece con respecto a las listas de libros más vendidos, best-sellers varios (incluidos los de autores editados por el grupo al que pertenece el diario: Pérez Reverte o Jöel Dicker --que ha sido, curiosamente, el más votado por los lectores del diario--, dos "superventas" de la casa, ni siquiera aparecen en la lista, y El héroe discreto, de Vargas Llosa, ocupa el número 14) y tramas vaticanas, mediavales y misterios diversos. Parece que los críticos apuestan por la mejor literatura sin valorar el grado de difusión o venta del libro, algo que debería ser una práctica habitual. Aunque la mayor parte de los títulos están editados por sellos de mucho peso mediático y económico, los hay también editados por pequeñas o medianas editoriales que en no pocas ocasiones han sido situadas en el grupo de editoriales "indie": se destacan libros de Turner, Periférica, Páginas de Espuma o Acantilado. No obstante, todas las editoriales de peso (de Anagrama a Taurus) gozan de un prestigio literario difícilmente discutible aunque alguna de ellas tenga una línea "best-selleriana". Es decir, la selección parece el reverso de la lista de super ventas a la que tan proclives son determinados suplementos literarios.

Sin entrar en enjuiciar el sistema de listas en general, es de destacar el valor que los tres libros de autores españoles tienen desde la óptica del entendimiento de la literatura como instrumento de indagación en la vida colectiva.  Casi treinta años después de que se proclamara, desde los ámbitos crítico y académico (me refiero a los años iniciales de la transición, cuando surge el fenómeno de la nueva narrativa española o se descalifica la poesía "social") el acta de defunción de la literatura atenta a la realidad política y social, de la literatura crítica, en 2013 se ha puesto de relieve que esa apuesta va más allá de un momento histórico determinado, que tiene, desde El Quijote y desde los primeros cantos de juglaría, un carácter estructural, que está estrechamente vinculada a la condición del escritor como ser social con independencia de la aventura estética o formal que emprenda. 


En la orilla, colofón imprescindible de la que podríamos calificar como "novela de la burbuja", de la que es autor también Rafael Chirbes, Crematorio, es una novela enorme que disecciona la realidad de nuestro país, inmerso en la crisis económica. Una novela de alta calidad literaria que, a la vez, actúa como instrumento crítico, toca la raíz del boom inmobiliario en la costa mediterránea y establece un contraste acerado, muy duro entre los paraísos ilusorios construidos con corrupción y absoluta falta de ética y el paisaje desolador que la crisis que se inicia en 2008 ha aflorado en nuestro país, especialmente en la zona de la costa que fue paradigma de especulación, optimismo económico y burbuja.  La miseria, la experiencia al límite de la inmigración que queda varada entre el paro, el retorno al país de origen y un subempleo cercano al esclavismo, o los modos de supervivencia de empresarios que tuvieron el mundo (y el poder institucional de ayuntamientos y diputaciones) a sus pies y que han derivado a la ruina o a la dependencia de mafias que reclaman deudas. Un retrato crudo, escrito con un lenguaje transparente y lúcido y, a la vez, creativo y exigente, que consolida a Chirbes como uno de los grandes cronistas de la realidad contemporánea de nuestro país.


La obra completa de Blas de Otero, que incorpora muchos poemas inéditos, es otro aldabonazo en nuestras conciencias. Blas de Otero murió en 1979. Dejó un libro inédito, Hojas de Madrid con la galerna, que se publicó en 2012, muchos poemas por publicar. Es un poeta en las antípodas del poeta encerrado en su torre de cristal. En tiempos de indignación frente a gobiernos que se someten a los dictados de poderes económicos incontrolables y en una sociedad que vive, día tras día, procesos de regresión impensables solo un lustro antes en materia de derechos humanos, de protección social, de servicios públicos, el poeta implicado en esas preocupaciones cobra una vigencia fundamental. Blas de Otero estuvo ahí en tiempos duros… Y Blas de Otero, como si Sabina de la Cruz, su editora (con Mario Hernández) y compañera, hubiera decidido restituirlo a las nuevas generaciones, está ahí en tiempos que parecen mirar más a la década de los 70, cuando él iba de barrio en barrio y de plaza en plaza leyendo sus poemas, que a un siglo XXI de democracia avanzada y de libertades. Blas de Otero era, además, mucho más poeta de lo que algunos bardos del culturalismo sospechaban: su último libro y buena parte de sus poemas inéditos son una muestra de su permanente indagación en el idioma, de sus preocupaciones formales y del logro de un equilibrio difícil entre el tono directo, realista, casi conversacional, y la metáfora innovadora e imprevista.  Es de destacar que el aliento de fondo de la obra del autor de Ancia está presente en buena parte de la poesía española de hoy. Incluso entre los cinco libros mejor clasificados en ese género, podemos encontrar dos títulos en los que la crítica a la realidad presente es consustancial es consustancial al discurso poético (Insumisión, de Eudardo Moga, y Nueva York después de muerto, de Antonio Hernández) y uno que, pese a su carga intimista, presta una atención especial a las contradicciones de una realidad nada apacible: Escritos en la corteza de los árboles, de Julia Uceda..

En Todo lo que era sólido, Antonio Muñoz Molina acomete una disección de la evolución de España y de sus representantes políticos en el período que va del comienzo de la transición hasta los tiempos actuales, marcados por la crisis. Es un libro de reflexiones con un tiente marcadamente oscuro que responde a esa exigencia no escrita que algunos escritores asumimos de atender al mundo circundante, de diseccionarlo, de criticarlo. Sin embargo, a mi entender es una crítica en la que el autor tiende a simplificar los procesos políticos y sociales, a analizar la realidad desde una lente no siempre objetiva aunque lo pretenda, y a generalizar y fijar doctrina a partir de  experiencias personales (algunas procedentes de su ejercicio como director del Cervantes de Nueva York que conocemos ahora y no entonces) no siempre generalizables. Muñoz Molina tiene una larga trayectoria como articulista. En esos trabajos ha combinado la crítica, muchas veces acerada y exacta, otras hiperbólica y sin matices, con una suerte de voluntad prescriptora que roza el alegato o el recetario, sobre todo cuando aborda la memoria histórica, la educación o la realidad plurinacional de España. En Todo lo que era sólido hay mucho de ello. Y todo lo que tiene de certero cuando aborda la corrupción, cuando denuncia la inconsciencia y la ambición especulativa que acompañaron a la burbuja (no sólo inmobiliaria), se agrieta cuando silencia o ignora las grandes conquistas sociales, culturales, educativas que han formado parte, también (y de manera absolutamente destacada) de los últimos 35 años de nuestra Historia.
 
En Todo lo que era sólido resulta especialmente difícil de entender la valoración como “excesiva” de la Ley de la Memoria Histórica, descalificándola desde la equidistancia: “En 2006, las noticias más urgentes eran casi siempre del pasado”, afirma. Y prosigue: “Excavaciones de fosas de ejecutados e indagaciones judiciales sobre verdugos muertos treinta o cuarenta años atrás ocupaban aquella extraña actualidad en la que el presente casi no existía sino como reiteración fantasmal de las confrontaciones sanguinarias de hacía tres cuartos de siglo”. Pocos críticos han resaltado esta frase (hay otras de parecido tono). Olvida Muñoz Molina que las fosas se abrieron por exigencia de familiares de las víctimas, de los desaparecidos o fusilados. El problema del pasado de hace tres cuartos de siglo no es de equidistancia. Entre otras cosas porque estamos en un país en el que en muchos pueblos todavía no es posible hablar con libertad de aquellos años. Es de simple justicia. Cuando en plazas, calles y avenidas se mantiene aún nombres de la dictadura o existen iglesias con el “Caídos por Dios y por España” bajo el yugo y las flechas, la apelación a la renuncia tiene algo de agresión. Muñoz Molina, que establece en el libro multitud de comparaciones con la civilidad de otros países europeos, no se plantea, sin embargo, si sería imaginable en Alemania, o en Italia, tropezarse con avenidas de Adolfo Hitler, o de Göering, o de Mussolini en muchos de sus pueblos. En España sí. Incluso siete años después de promulgada la Ley de Memoria Histórica.    

Amamos con Joan Manuel Serrat - Mi despedida

  En 2012 publiqué   Fugitiva ciudad,  En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al...