Con gorra de visera y gafas ligeramente ahumadas, mi padre en un mitin comunista en abril de 1979 |
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Mi padre hablaba de fútbol, de quinielas, de maderas diversas, de las nuevas técnicas del poliéster, que susuítuía al barniz tradicional y que creaba, sobre la superficie de la madera, una capa parecida al vidrio. Mi padre intentaba ser feliz y hacernos felices pero llevaba con él una herida y un silencio hondo, estrecho y afilado: era el silencio del miedo a hablar, a pronunciar palabras como democracia, libertad, sindicatos, república. Era el silencio que había echado raíces en los amigos asesinados, en la juventud amordazada, en una memoria del terror del que, en nuestra familia, nada sabíamos. Nada contó (nunca supe si se lo contó a mi madre) de su experiencia de posguerra y sólo muchos años después, cuando él había muerto, un viejo amigo suyo me contó que estuvo confinado en el campo de concentración que Franco habilitó en el antiguo estadio (por llamarlo de alguna manera) del Rayo Vallecano junto a varios miles de presos políticos. Aquella revelación me llevó a pensar en él y en el silencio con que había llevado una pena inmensa. En los secretos que lo acompañaron (¿torturas, humillaciones, vejaciones físicas, renuncias, traiciones inconfesables como cantar el "Cara al sol" con una pistola en el pecho o sólo por sobrevivir?) a lo largo de la vida y de los que nunca nos habló. Mi padre de viento puro que murió con 59 años un 25 de junio de 1979, poco menos de un mes antes de que se nos fuera Blas de Otero. Mi padre autoritario sin ser consciente de ello. Mi padre que no podía ayudarme en las tareas escolares porque no sabía apenas algo más que las cuatro reglas y leer y escribir. Mi padre que leía, a escondidas, las panfletos que recogía en el tranvía. Mi padre retenido por la guardia civil en los primeros de mayo de los años sesenta y abandonado junto a una tapia próxima al barrio después de los golpes y las vejaciones. Mi padre con lágrimas en los ojos cuando, a mis 23 años, le dije que me iba de casa. Mi padre acobardado ante un hijo que se metía en la lucha clandestina y del que, a la vez, se sentía orgulloso (primeros años 70). Mi padre, que pasó su vida soñando con la libertad y que, de los 59 años que vivió, sólo en 6 gozó de un sistema democrático. Mi padre que comenzaba a saborear la libertad, que acababa de vivir las primeras eleccones libres en 1977, de aprobar la Constitución del 78 y de elegir el primer ayuntamiento de izquierdas en la ciudad de Madrid, el que presidiría, a partir de abril del 79 ("Era distinto abril", escribió Vázquez Montalbán, poeta) el irrepetible alcalde Enrique Tierno Galván, y al que un maldito día de junio, la muerte decidió llevárse para que no pudiera gozar de manera plena de la libertad robada durante casi medio siglo. Mi padre que no conoció a mis hijos. Mi padre que murió antes de saber que yo sería el primer titulado universitario de todas las generaciones de su estirpe. Mi padre de viento puro. Mi padre oloroso a tabaco negro, a vino barato en las noches de los sábados de un tiempo remoto, mi padre lijando, barnizando, presidiendo la mesa de nuestra pequeña familia en la cena de Nochebuena. Mi padre llevándome al cine, regalándome libros que intuía me iban a enseñar algo de lo que él nunca llegó a aprender. Mi padre.
En estos días, mientras asistía estupefacto a las actuaciones del juez Varela contra Garzón, pensaba en los asesinados perdidos en las fosas comunes olvidadas en cunetas y descampados. Pero pensaba también en las vítimas que cruzaron la dictadura en un silencio hecho de humillaciones y sevicias. En quienes, hombres y mujeres, crecieron, maduraron acobardados, rotos, conviviendo durante décadas con sus fantasmas, con los asesinos de amigos y compañeros viviendo cerca de sus domicilios, en quienes arrastraron secretos inconfesables y humillantes y hubieron de acostumbrarse a una cotidianidad de plomo y de mediocridad infinita. Pensé en Manuel Rico Delgado. En el destinatario de algunos de mis más emocionados poemas. En el hemenajeado en mi novela Los días de Eisenhower. En mi padre de viento puro.
17 comentarios:
¡Joder, Manuel! (perdona el exhabrupto.
El tercer nudo en la garganta de la semana: el primero fue elmartes, en el homenaje a Viñals, donde te conocí; el segundo, con tu "Los días de Eisenhower", que tan hermosamente me dedicaste; el tercero con este magnífico texto.
Sólo puedo decirte gracias.
Y enviarte estos abrazos.
Elías Moro
De nada, Elías. La verdad es que no sé si alegrarme de provocar esas emociones. Escribir este post (o entrada) ha sido doloroso. Pero necesario. Sé que son cientos de miles quienes, en la generación de mi padre y en las generaciones un poco más jóvenes, sobrevivieron a la dictadura renunciando, en gran parte, a la plena diginidad.
Gracias y un abrazo.
Pues yo brindo por tu padre, que qué bien nos conmueve a través de ti. Con corazón.
Un saludo, Manuel.
Y a mí el olor del taller de carpintería de mi abuelo y las noches, entre semana, que después de la cena en nuestra casa yo acompañaba a mi padre en el coche para llevarle a Las Cárcavas. La complicidad de los silencios amasada por el agridulce sabor del miedo y la derrota. Yo creo que la razón real del acoso al juez es el caso Gürtel, no el proceso al franquismo. Aunque los de siempre hayan conseguido que parezca lo contrario. Un abrazo (emocionado también).
Poco más puedo añadir a los comentarios. EMOCIÓN es el sentimiento envuelto entre la lluvia de esta mañana que me lleva a una pequeña localidad, entre montañas, donde la guerra, y sobre todo la posguerra también dejó mártires, muertos y vivos.
en mi última novela trato el tema -no sé si con acierto como tú-.
Estos días por fín he leído Verano. Me enganchó desde el principio, me ha gustado mucho, y quisera saber porqué empleas la palabra "sesentón-a creo que seis veces, no es una critíca, es que me he sentido aludida JaJa. Un abrazo
Manolo, el fin de semana anterior fui a la manifestación, y este sábado he ido a ver "Los caminos de la memoria". Un informante habla en la película de la humillación de su madre por tener que "agasajar", así lo decía, al asesino de su padre. Y hoy leo tus pensamientos.
Realmente, fue terrible la posguerra. Cuarenta años de humillación y terror para una generación.
Me han emocionado profundamente tus recuerdos.
Un abrazo, Carmen
Viento puro es esta entrada, Manuel.
¡Salud!
Karmen, para una generación, no, para varias. Por lo menos quienes nacieron en los años 10, 20 y 30 del pasado siglo.
Un abrazo y gracias a todos por los comentarios.
Manuel, no escribiré un ex-abrupto por aquello de no repetirme, pero... Tengo otros posibles, pero hay que protegerse.
Lo que cuentas me resulta tan próximo, tan verdadero...
Mi padre era más joven que el tuyo en el 36, pero mi abuelo paterno era "el chófer" (y ya sabes lo que eso suponía entonces) de Nicolás Sánchez Albornoz.
En casa (tanto por la rama paterna como materna)siempre permaneció el relato oral de aquellos años. Vivíamos en un pequeño pueblo y a los niños nos explicaban las cosas a partir de "cuentos" verdaderos: la realidad era reconocible en su fisicidad y en sus protagonistas (no enmascaraban los nombres), pero para que calase "el mensaje" la intrahistoria se relataba o transmitía acudiendo a registros diversos, que iban desde la aventura (las cabalgadas de mi abuelo materno para ir a un caserío del interior donde escuchaban La Pirenaica), a lo mágico maravilloso (¿cómo era posible que siendo mi abuela y abuelo maternos hijos únicos, en su casona de repente apareciesen una figuras extrañas, como lo eran unos "tíos" semimoribundos)o... qué sé yo. Porque de cría no podía muy bien explicarme porqué no podíamos pisar el Colmado del "tío Manolo", éste sí real (el colamdo y el tío), además de magnífico aquel espacio (para una niña que gozaba con la sensualidad que propiciaba el tacto -los sacos de legumbres y arroces y..- y el olfato -los aceites, los jabones... todo lo que se vendía a granel en un espacio inmenso, que una niña no abarcaba nunca), y muy dulce la tía Anita...
¡Ay amigo!
Con los años me enteré de que mi bisabuela paterna era facha facha, y que -naturalmente- protegió al hijo sumiso (este tío Manolo, cuyos hijos, sin formación, ocuparon plazas envidiables -profesor de Gimnasia en el Insti y otras cosas-, salvo el pequeño, mi "primo" segundo, Pachico, que en los sesenta tenía un grupo modernoso llamado "Los Stoikos"... y que acabó como acabó (y al que adorábamos todos,: mi padre y nososotros)
Otro dato, Darling: Cuando mi abuela paterna, con su marido exiliado, le fue a la Matriarca a pedir ayuda, la Poderosa le contestó: "Aquí estilo tropa, joderse cuando te toca".
¡Bonita frase!
A mi padre lo salvó Gutiérrez Mellado (Voy a escribir otra microhistoria instantánea), que lo tuvo de Capitán en Salamanca durante la Mili.
Mi padre me legó docenas de historias. Cuando reseñé el libro de la Manginy (Shirley) sobre Mujeres y Resistencia , me dijo: "Hazme una fotocopia para dársela a la Miss".
La tal Miss resultó ser una mujer de una belleza excepcional (de ahí el apodo) a quien habían paseado y denigrado por el pueblo... Mi padre lo recordaba.
¡Ay!
En cada historia que cuentas, Ana, hay una novela en ciernes. El problema es ponerse a escribirla. Lo cual prueba que nuestra guerra y nuestra posguerra siguen siendo materiales vivos (y por mucho tiempo, seguro) para llenar de contenido la narrativa contemporánea. No hay más que leer tu comentario para darse cuenta.
Un abrazo y gracias.
Hace dos o tres días escribí un comentario y como no lo he visto he pensado que habría algún problema de enlace o yo que sé, el caso es que te decía poco más o menos lo siguiente:
Acabo de leer el artículo sobre tu padre y no he tenido más remedio que escribir algo porque es uno de los mejores textos que he leído en mucho tiempo.
Rezuma tanto sentimiento que brota la lágrima aunque tú no quieras y refleja tan bien lo que debió de ser para muchas personas la vida en esta época que no se necesita nada más para hacerse una idea de lo que fue aquéllo. Felicidades. Un abrazo
Primitivo
Acabo de entrar en tu blog. Sólo por la pureza de tu mirada hacia tu padre, ya ha merecido la pena leerte.
Justo Sotelo
Qué suerte Manuel, tener un padre así, y recordarlo de este modo. Cuando mi abuela murio - a los 27 años- vino de la cuenca minera asturiana una mujer a cuidar a sus hijos - dejando atrás el suyo propio- También nos crió a nosotros, sus "nietos"- los de ambas-.Murió en 1984. y no supe quien era hasta que, hace unos años, leí "El silencio roto" de Fernanda Romeu, que -si no conoces- te recomiendo - nada que ver con el bodrio de Armendáriz, que le copio el título, por cierto-.
Ah y, estoy segura de que tu padre, allá donde esté, comentara con orgullo a sus amigos que tiene un hijo escritor.
Con eso soñó alguna vez. Incluso, creo recordar, llevó un cuaderno de primeros versos ripiosos e impresentables a un conocido que tenía algún tipo de relación con editoriales. Pero, en efecto, murió antes de que yo publicara un solo poema. Sólo una años después de su muerte aparecía mi primer libro... De poemas, claro.
En fin, gracias, Yolanda, por tu comentario. Y gracias a Justo por el suyo.
Abrazos.
Qué voy a decir Manolo, que siento mucho que hayas dejado la casa del hispanismo que es el Instituto Cervantes y que ha sido todo un privilegio conversar y aprender contigo durante los días pasados en Estambul. Mi amistad la tendrás siempre estés donde estés.
Un abrazo y hasta siempre
Extraordinario, Manuel, como tántas cosas tuyas.
Un día hablaremos de todo esto, de los muchos puntos en común de nuestros padres... o tomaremos unas cervezas a su salud.
Un gran abrazo.
Enrique
¡Cuánta ternura se respira en cada uno de esos renglones!
Los recuerdos, por suerte, nunca pierden ni un ápice de frescura...
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