domingo, 7 de junio de 2009

LA POLÉMICA GAMONEDA/BENEDETTI

Hoy cambio la imagen de cabecera del blog. Cambio paisaje soriano por fragmento de un óleo sobre tabla de José Manuel Rico. No soy yo: es mi hijo. Una licencia sentimental que me permito antes de acometer uno de los asuntos que más me han inquietado en las últimas semanas. Vayamos a él.

Ayer apareció mi artículo titulado "Lo inoportuno y lo inaceptable" en El País a propósito de las réplicas que las palabras de Gamoneda tras la muerte del uruguayo generaron. Me costó mucho escribirlo. Por dos razones: la primera, porque quería que fuera una combinación entre la exposición de hechos incontestables y la crítica solvente, rigurosa, a los excesos que determinados representantes de nuestro mundo cultural habían, a mi juicio, cometido. La segunda, porque el artíulo, para ser eficaz y para mostrar la gravedad de los hechos criticados, no debería quedarse en un plano abstracto. Era imprescindible que la transcripción de cada réplica llevara aparejado el nombre de su autor. De ese modo, Felipe Benítez Reyes, Benjamín Prado, Javier Rioyo y Chus Visor han visto, en mi artículo, reflejadas sus opiniones. No me ha animado animadversión alguna hacia ellos, sino un cierto hartazgo del estilo un tanto pedestre con que se suele abordar, en nuestro mundo poético, la polémica teórica, las diferencias de opinión. Y, ¿por qué no decirlo?, la indignación que me producía el silencio con que ese mundo recibía los insultos con que fue "premiado" Antonio Gamoneda tras confesar públicamente su falta de empatía con la poesía de Benedetti y calificarlo de "poeta menor".
Cierto que Gamoneda fue inoportuno, descortés, poco elegante al emitir ese juicio a las veinticuatro horas de la muerte del escritor uruguayo. Que, dicho sea en lenguaje coloquial, "se pasó". Pero en modo alguno llegó a la descalificación o al insulto. De hecho, emitió juicios literarios calificando de lenguaje "coloquial" o "normalizado" el empleado en su poesía por Benedetti. Nadie le replicó en el terreno estético -bueno, creo recordar, y lo digo con todas las cautelas del caso, que Chus Visor dijo, junto a las afirmaciones que reproduzco en mi artículo de El País, que su poesía no la entendía nadie-, sino en el terreno personal, en el del insulto, con palabras hirientes.

He recibido numerosos mensajes de felicitación. Muy curiosos. Lo digo porque en gran parte de ellos había un par de expresiones que me han conmovido y preocupado a la vez: "en tu artículo nos reconocemos muchos", "ha sido un artículo valiente", "ya era hora de que alguien hablara con claridad", decían. Me han conmovido porque uno siempre siente una íntima satisfacción cuando logra conectar con las aspiraciones y sentimientos de otros. Y me han preocupado porque existe una convención muy extendida: si uno quiere aspirar a alguno de los premios más relevantes de este país, publicados por la editorial a la que he hecho referencia (yo tengo un libro, Donde nunca hubo ángeles, allí editado), debe obviar toda crítica, asumir en silencio las verdades que se establecen desde una determinada opción estética. Aunque parezca mentira, es así. Incluso en la forma en que fue replicado Gamoneda (el tono, el nivel de la descalificación, el recurso a expresiones groseras) transmitía una cierta conciencia de impunidad, como si hubiera la certeza de que nadie replicaría. Diré más: no pocos de los amigos y conocidos que me han enviado felicitaciones, me han advertido, a continuación, de que me "vaya preparando". El significado de esa advertencia es claro: léanse las líneas anteriores.

Como poeta, mi estética está alejada de Gamoneda. Probablemente, esté más cerca de la de Benedetti (vease la entrada Benedetti: mi personal adiós en este blog) o de la de la llamada "poesía de la experiencia". No hay más que asomarse a mi antología Monólogo del entreacto para comprobarlo. Por tanto, no había razones de identidad estética con el poeta leonés en mi artículo. Sólo había un puro y simple afán de equilibrio, de aportar racionalidad, de poner sobre el papel, negro sobre blanco, la suma de despropósitos en que habían incurrido quienes se habían lanzado, en tromba y sin ningún miramiento, contra el poeta leonés. Gamoneda se equivocó, cierto. Los replicantes no se equivocaron: buscaron el calificativo más hiriente, la descalificación más dura.

Termino con dos preguntas y con una respuesta: ¿Cuándo podremos debatir sobre poesía sin que el desacuerdo estético derive en bronca o enfrentamiento? ¿Cuándo se podrá criticar, sin descalificaciones, con rigor, a un editor sin temor a "represalias editoriales", valga la redundancia? Quizá nunca. Lamentablemente.

lunes, 1 de junio de 2009

LOS POEMAS, CASI DESCONOCIDOS, DE JOSÉ DONOSO

A José Donoso lo conocía como escritor, sobre todo, por dos libros: la novela El obsceno pájaro de la noche y un maravilloso ensayo/crónica/texto memorialístico titulado Historia personal del boom. Pero Donoso no pudo sustraerse, en una época de su vida, a escribir poemas. Y lo hizo bien, con una voluntad de depuración lingüística que no estaba en sus novelas y con la decisión de contar, de manera transparente, con una sencillez no desdeñosa de puntuales metáforas, su experiencia cotidiana entre 1971 y 1977. El novelista complejo, a tramos oscuro y atormentado, decidió un buen día, en el invierno azotado por el cierzo de Calaceite, hablar de sí mismo y de su relación con la cotidianidad de un pueblo perdido en medio de la comarca del Matarraña en el que compraría una hermosa casa de piedra (en la foto que compartimos Félix Grande y yo, así como en las otras que ilustran la entrada, podéis ver parte de su interior) y al que acudiría buena parte de la intelectualidad más relevante de la época: Buñuel, los Moix, Vargas Llosa, Ángel Crespo, Bryce Echenique...

Quien había consumido a lo largo de su trayectoria literaria "whisky con agua" o "whisky con hielo" -así calificaba Fernando Quiñones, con acierto, a la novela y al cuento respectivamente- decidió un buen día consumir "whisky solo": es decir, escribir poesía. En otras palabras, lenguaje en su estado de máxima concentración. De esa experiencia, que se inició un día de 1971 en que Donoso decidió seguir los pasos del traductor al francés de El obsceno... para retirarse a vivir con Pilar Serrano, su mujer, y su hija, a Calaceite, surgirían los poemas del libro, recién aparecido (y comprable en la Feria del Libro de Madrid que acaba de inaugurarse), Poemas de un novelista. Es un libro emocionante, constituido por cuatro bloques de poemas de entre los que destacan, por su extensión y hondura, los que integran el primero: "Diario de un invierno en Calaceite (1971-1972)". Las otros bloques están compuestos por
"Tres poemas de 1951", "Madrid, 1979" y "Retratos (Sitges, 1977)".

La publicación de este libro, del que tuve noticia en el mismo Calaceite, hace poco más de un año, gracias a las revelaciones de Emilio Ruiz Barrachina, autor del documental Tinta y piedra (un acercamiento al fenómeno surgido en ese pueblo aragonés alrededor de la figura de Donoso en los años 70, accesible pinchando AQUÍ). Por él accedí a un ejemplar de su primera y única edición chilena, de 1981, realizada por la pequeña editorial Ganymedes, y a partir de su lectura aconsejé su publicación en Bartleby poesía. No pocos se preguntarán por la razón que ha llevado a esa editorial a publicar los poemas de un escritor conocido como novelista. Por una razón muy simple: voluntad de ofrecer, también, la cara menos conocida de los grandes autores del siglo XX. Lo hizo, por ejemplo, con el Diario de una novela, de John Steinbeck, y lo hizo con Esa belleza, de John Berger. Por ello, no es novedad que esta pequeña y valiente editorial se lance a la edición de poemas de narradores universalmente reconocidos: ahí están los poemas de Faulkner, publicados el pasado año, o los de Raymond Carver, o los de Günter Grass, cuyo último libro, Payaso de agosto, está también en las librerías y en la Feria.

Los poemas de Donoso cuentan con un prólogo de uno de los privilegiados testigos de aquel invierno de hace casi cuarenta años: Jorge Edwards. Y con otro prólogo del propio Donoso que tiene entidad por sí mismo en la medida en que recoge la mirada del narrador chileno sobre sus propios poemas y sobre la historia de su peculiar apredizaje lírico. Sus referencias (John Donne, la Dickinson, Eliot... ) y una voluntad de despojamiento que tiene mucho de mágico en un narrador de lo complejo, se mezclan con sus vivencias personales y con sus amores y desamores. Sin duda es un libro más que recomendable. Que nos hará vivir una experiencia, la de Donoso, extraña y apasionante. Y la nuestra propia, como lectores que acceden al universo hasta ahora apenas conocido de su poesía. Feliz lectura. Mientras tanto, aquí os dejo este breve muestra:
"Deshabitados los ojos.
Vacía la piel:
trepa la yedra a la piedra
que no la siente trepar.
Es la temporada de endebles,
silenciosos huracanes.
La nube pasa,
embala el paisaje en su cáscara de frío.
La luz afila aleros y esquinas:
por súbitos trapecios de sombra
transcurre gente encorvada y de prisa,
vuelta hacia adentro como un guante,
toda superficie gastada y mal pulida"
Nota: las fotografías son del autor del blog. Abril 2008.

Amamos con Joan Manuel Serrat - Mi despedida

  En 2012 publiqué   Fugitiva ciudad,  En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al...