miércoles, 27 de junio de 2007

Al calor de "La chica de ayer", renace un viejo diario.

Soy escéptico respecto a la periodicidad, en la historia, de determinados fenómenos. Por ejemplo, el de la recuperación, entre nostálgica y reivindicativa, de épocas anteriores. Un buen amigo me dijo no hace mucho que veinte años después de vivir directamente la experiencia personal y colectiva de un tramo de la Historia, ésta cobra la dimensión de lo mítico, se convierte en territorio de la nostalgia. Esta reflexión me ha venido de pronto, mientras escucho un programa cultural de una radio pública, respiro el aire fresco de la noche de junio que entra por la ventana abierta al jardín e intento corregir las galeradas de mi primera antología poética (novedad en octubre próximo: Monólogo del entreacto). Y me ha venido en un momento concreto: cuando en la radio ha sonado "La chica de ayer", la hermosa canción de Nacha Pop, un emblema no de mi generación, sino de la inmediatamente posterior.
"Me asomo a la ventana, eres la chica de ayer". Y me doy cuenta de que mi amigo tenía razón. La música, la letra quizá poco trascendente, me han devuelto noches de los ochenta, viejos sueños de un tiempo que yo no viví en el nucleo, en el ojo del huracán en que lo vivieron quienes nacieron en los sesenta. Han pasado veinte años y, como decía mi amigo, aquel tiempo se convierte en territorio mítico: aunque yo lo viví en la periferia de un Madrid hervidero y experimental, no por ello dejo de asumir la memoria de quienes lo gozaron al calor de una posmodernidad que dio en movida, que derivó en banco de pruebas del que saldría una música nueva, unas artes plásticas entre lo naif y lo moderno, una narrativa light de escasa huella, un cine urbano e irreverente, matriz de lo almodovariano y de la nueva mirada que la generación emergente proyectaba sobre el mundo.
No es mi memoria pero la hago mía. Es memoria heredada de los jóvenes nacidos en los sesenta (yo nací, perdonadme, en los primeros cincuenta) que asumo del mismo modo que asumí hace tiempo otra memoria no vivida: la de quienes habitaron, gozaron o sufrieron el París existencialista, la Europa en ruinas de la posguerra, el mundo en blanco y negro de Edith Piaff y sus desolaciones. Era la memoria de la juventud de mis mayores que, a través de la literatura, del cine, de las historias escuchadas, ha pasado a ser de mi propiedad.
Sí: en los ochenta, ese tiempo que en mi geografía más íntima asoma como una explosión de color y de irresponsabilidad, yo vivía otro mundo. Era la militancia política cruzándose, a grupas de una culpa oscura derivada del arrinconamiento de la poesía, con la visión de la realidad democrática que llenó los sueños de mi adolescencia. Era la periferia industrial a la que acudíamos a reunirnos para hablar de movilizaciones obreras, de alianzas con los movimientos ciudadanos, de cultura popular, de cine forum en parroquias. Era la falta de tiempo, la lectura en el autobús o en la madrugada de un acarreo enorme de textos de orígenes diversos: ensayos sobre urbanismo, libro rojo del cole, Ulises, novísimos tardíos, la historia de la burguesía de Hobsbawn, narradores españoles del cincuenta, novelistas de la berza o exquisitos novelistas experimentales, abanderados franceses de un nouveau roman ilegible salvo que se tratara de la Sarraute, La verdad sobre el caso Savolta o las innovadoras verdades del eurocomunismo, Berlinguer, Togliatti, Gramsci, Napolitano. Era el trabajo oscuro en una oficina bancaria al final de López de Hoyos. Era el amor intenso, recién estrenado y sin límite.... Y era (curiosamente habían pasado, como esta noche respecto a los ochenta, veinte años) añoranza de los años sesenta como luminoso lugar de una adolescencia crecida bajo la dictadura: primer Serrat, Raimon semiclandestino, curas obreros en mi barrio periférico, noticias de un exilio tabú, miedo en los ojos del padre y terror en los de una madre propensa al silencio y blanda para el llanto.

"Un día cualquiera no sabes que hora es
te acuestas a mi lado sin saber por qué.
Las calles mojadas te han visto crecer,
y tú en tu corazón estás llorando otra vez."

Nacha Pop, como Gabinete Caligari, como Duncan Dhu, como el Joaquín Sabina de La Mandrágora, han irrumpido en mi cuarto de trabajo para demostrarme la verdad que alienta tras la teoría de mi buen amigo. Una teoría frágil, es verdad, como todas las teorías. Pero que hoy vivo con la verdad más plena: con la que otorgan las emociones que me ha traído, a través de la radio, "La chica de ayer", la voz de hace veinte años.

Y con esa voz, llena de la ternura con que nos empapa lo que no ha de volver, se ha avivado la necesidad de recuperar un manuscrito que terminé, revisé y corregí hace un par de años: mis diarios de la década de los ochenta. Mi cuaderno de aprendizaje. Mi particular testimonio de un tiempo de mutaciones: escrito desde la lateralidad, desde mi condición de viajero procedente del Madrid menesteroso y humillado. Unos diarios que probablemente algún día publicaré. Mis días de los ochenta. Quizá no haya un título mejor. En fin...

martes, 19 de junio de 2007

La saña del crítico. Sobre "Metalingüísticos y sentimentales", de Marta Sanz.

José Luis García Martín se ha caracterizado por ser uno de los impulsores, desde comienzos de la década de los ochenta del pasado siglo, de la hegemonía figurativa. Sus antologías, sustentadas en una concepción excluyente de la poesía, marcaron una senda en la que convivieron y cooperaron opciones ideológicas en apariencia confrontadas -Martínez Mesanza y García Montero, De Cuenca y Javier Egea, por ejemplo- y en la que cualquier asomo de connivencia con la vanguardia, con una poesía menos "racionalista" o con una poesía abiertamente crítica, que se reclamara social, o política, eran condenadas al infierno de lo anacrónico, de lo inútil. Es la actitud del crítico militante que no sólo se muestra incapaz de descubrir cuánto hay de poesía en otras opciones estéticas (Claudio Rodríguez y Gil de Biedma tienen estéticas confrontadas, distantes, pero la calidad de sus propuestas son incuestionables. Lo mismo cabría de Juan Ramón y Machado, o de Blas de Otero y Rosales....), sino que se inquieta, se muestra belicoso e intolerante cuando sus presupuestos teóricos son cuestionados. Y si el cuestionamiento viene de una persona no procedente del mundillo (es decir, no maleada por las peleas entre familias, subfamilias, corrientes y subcorrientes, tan frecuentes en la poesía española), que intenta situarse en una posición lo más objetiva posible aun sabiendo que la objetividad absoluta es una quimera, su intolerancia, su falta de rigor en el análisis y su actitud rayana en el insulto y en el desprecio se convierten en paradigma de lo que no debe ser un crítico.
Viene esto a propósito de la antología que, en Biblioteca Nueva, acaba de publicar la narradora y profesora universitaria Marta Sanz. Una antología en la que recoge una muestra plural y amplia de la poesía escrita en España entre 1966 y el fin de siglo. Con ausencias, obviamente. Con presencias cuestionables (me pongo la venda antes que me salten el ojo: el que suscribe, el primero). Como en todas las antologías que en el mundo han sido. Pero la antología de Marta es toda una lección para profesores, antólogos profesionales (García Martín entre ellos) y poetas metidos a antólogos. Está trabajada a fondo, no rehuye ninguna de las incógnitas que se vienen planteando en nuestro panorama crítico y se desarrolla mediante una estructura absolutamente novedosa. Y, sobre todo, útil: para el lector avisado, para el no avisado y para el que quiere aprender. El prólogo, sensible con la pluralidad realmente existente en el período y bien trabado en el análisis de los vínculos que se establecen entre la evolución de nuestra sociedad y su manifestación poética, con afirmaciones discutibles (por supuesto) y con alguna omisión en cuanto a referencias biobibliográficas (Juan José Lanz me expresó, no hace mucho, su queja porque no es aludido en ningún momento) es complementado con un trabajo meticuloso en las notas a pie de página. Un trabajo que es reflexión sobre cada poema, contextualización del libro al que el poema pertenece, rastreo de los vínculos entre la obra del poeta antologado y las distintas estéticas, apunte de las influencias. Son notas de gran extensión, espléndidamente trabadas que, lejos de estorbar al lector (ya sabemos que a García Martín casi todo le estorba) le ayudan a tener una visión poliédrica, enriquecida, de cada poema.

Pues bien, el crítico asturiano, hace un par de semanas, descalificó en La Nueva España la antología sin más. Es decir: la enmendó a la totalidad. Cuestionó la estructura, cuestionó las notas al pie, el planteamiento del prólogo y, como colofón, cuestionó la selección de los 50 poetas. Para él sobran algunos nombres, que cita (entre ellos estoy yo, reitero) y faltan otros, que no cita. Nada de valorar el esfuerzo de sistematizar medio siglo de poesía española y de integrar, como parte de una panorámica compleja, a autores de distintas generaciones y de distintas propuestas de lenguaje. Para él, todo lo que no sea exclusión y apuesta totalizadora por lo figurativo no merece la pena ser publicado. Recuerdo que, hace nueve años, mantuvimos, en Las Palmas, un larga conversación sobre algunos nombres de la poesía española. Entonces, yo estaba preparando para Cátedra la edición crítica de dos poemarios de Manuel Vázquez Montalbán, Una educación sentimental y Praga, por lo que en un momento determinado le pregunté por su opinión acerca del poeta barcelonés. Dijo tan sólo una frase: "es un político... comunista". Después seguimos repasando el panorama poético y puse sobre la mesa el nombre de un muy conocido poeta militante y crítico: "es un ecologista". Tal fue su respuesta. Con ambas denominaciones, García Martín descalificaba a ambos autores como poetas y, de paso y seguramente de manera inadvertida para él mismo, se descalificaba como crítico.

Marta Sanz ha elaborado una antología necesaria. Ha trabajado a fondo. Y ha dado una lección de pedagogía, de capacidad analítica, de sistematización innovadora a todo un ejército de antologadores que nunca se han planteado romper con lo convencional. Pese al disgusto de José Luis García Martín.

martes, 12 de junio de 2007

Mi recorrido por la Feria del Libro

Fin de semana en la Feria del Libro de Madrid. Mejor dicho: domingo último de Feria. Recorrido por las casetas en busca de libros de poesía. Con la salvedad de dos o tres títulos, éstos se encuentran recluidos en las editoriales "ad hoc". Es muy difícil, por no decir imposible, encontrarlos en las casetas de las librerías y no menos difícil en las de las distribuidoras. Los best-sellers, la hegemonía de las novelas históricas o pseudohistóricas con trama entre policíaca y religiosa, casi siempre en escenarios medievales, vienen siendo la tónica. Ese hecho, que no hace sino prolongar una realidad que se ha hecho cotidiana, que prevalece a lo largo del año, en las grandes librerías y en los grandes almacenes, ha dominado también la Feria del Libro. Aunque casi todos los especialistas en analizar los ciclos que vive el mercado editorial lo achacan a puras razones comerciales, a la estela que dejó El código da Vinci, un inexplicable e inexplicado best seller internacional, creo que hay razones más profundas que, a la vez, son alentadas desde determinadas cúpulas editoriales (que son, en el fondo, parte del aparato de cultura que emite contenidos ideológicos en favor del pensamiento único): pienso en la extendida voluntad de evitar la literatura que nos confronte con nuestra realidad de hoy, que indague en las más hondas insatisfacciones del ser humano desde una perspectiva crítica y con una mirada atenta al mundo circundante. Nuestra novela, con excepciones muy contadas, pasa de puntillas por la experiencia cotidiana de amplias capas de la sociedad, deja de lado realidades históricas del presente que determinan actitudes, comportamientos, intenta refugiarse en una intimidad sin contexto o viajar a tiempos ancestrales, a lugares en los que la memoria no incomoda a nadie.

Con la poesía ocurre algo parecido: con una salvedad. Existe un grupo, más o menos homogéneo, que se ha presentado en sociedad (aunque la mayoría de sus componentes ya estaban presentes en nuestro escenario poético) con el marbete de Once poetas críticos, una de cuyas señas de identidad es la atención hacia el mundo desde una perspectiva poético-crítica. En él, hay magníficos poetas -hombres y mujeres, por supuesto-, pero, a la vez, predomina un acercamiento a la realidad social, política y económica que se aleja de la que se vive cotidianamente en nuestros pueblos y ciudades. Es una mirada que bebe en la marginalidad, proyectada desde el extremo y desde una lógica que si bien encuentra su sentido en el mundo no desarrollado, en sociedades como la nuestra se sitúa fuera del estado de conciencia medio de un amplísimo segmento de lectores, de gentes preocupadas por la cultura y, en menor grado, por la literatura y por la poesía. Por eso, apenas cala en la sociedad literaria (y separo los casos de propuestas estéticas tan supuestamente revolucionarias como herméticas). Y por eso, es difícil hablar de la existencia de una poesía crítica acorde con las exigencias del momento, con la realidad cotidiana que viven nuestros jóvenes, nuestros mayores, el ciudadano medio que no vive en barrios de chabolas, ni se mueve en lo marginal, que aspira a una sociedad más justa pero desconfía de ciertas derivas autoritarias, de ciertas actitudes comprensivas con prácticas terroristas, subyacentes en la propuesta de la poesía crítica a la que aludo.

Luchar como ciudadano por cambiar la sociedad, por invertir la tendencia dominante en la globalización, por garantizar los derechos sociales, políticos y económicos a todos los ciudadanos, no necesariamente pasa por la radicalidad más extrema. Ni tampoco pasa por la poesía. Aunque en ella se depositen las incertidumbres del ser humano frente a una realidad hostil (yo apuesto por ello y, en la medida en que puedo y "me sale", lo traslado a mi poesía). O somos conscientes de que su poder para cambiar las cosas, como ya dijera Manolo Vázquez Montalbán hace más de 35 años, no pasa del que tiene "un modesto tirachinas", o nos estaremos equivocando.

Es probable (y quizá diga una herejía, pero para eso están los blogs) que el ciudadano medio del siglo XXI, joven o mayor, tenga más motivos para reflexionar sobre su condición social, sobre las servidumbres que lo condicionan, sobre el imaginario de sociedad que quisiera construir a través de algunos poemas de Ángel González, de Blas de Otero, del Pepe Hierro de Agenda o del Vázquez Montalbán de Una educación sentimental -pese a haber sido escritos hace décadas- que mediante poemas escritos premeditadamente para agitar conciencias y desde un lugar -el extremo, la marginalidad- desde el que no es fácil reconocerse.

Hasta aquí mi meditación ante una Feria del Libro en despedida y tan poco propensa a dar protagonismo a la poesía como todas las ferias del libro que en el mundo han sido.

Amamos con Joan Manuel Serrat - Mi despedida

  En 2012 publiqué   Fugitiva ciudad,  En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al...