lunes, 3 de agosto de 2015

"Eagle Pond": dos miradas, dos vidas, dos poesías... y una historia.

Estado actual de Eagle Pond, residencia de Donald Hall
La laguna del águila” es, para cualquier lector en castellano, una referencia cargada de evocaciones de lo más diverso. Para el lector en inglés, sobre todo para el norteamericano familiarizado con la poesía contemporánea de su país, el referente Eagle Pond es claro: conduce al poeta casi nonagenario Donald Hall. Es el nombre de la finca donde se levanta la casa donde nació en 1928, en la que discurrió gran parte de su infancia, el lugar en donde descubrió los secretos de la naturaleza y de la vida. En Eagle Pond vivió, desde 1975, junto a su amada y compañera, la poeta Jane Kenyon, y allí combatió su propia enfermedad y experimentó el dolor de la muerte de ella en 1995, con sólo 47 años.

La finca Eagle Pond está situada en el estado norteamericano de New Hampshire. Fue construida en 1906 y adquirida por el bisabuelo de Hall en 1865. Rodeada de grandes bosques, junto a una estrecha carretera  y cerca de un lago, en ella Donald y Jane escribieron algunos de sus más hermosos poemas. De todo ello da cuenta Juan José Velez Otero, el principal traductor de su poesía al castellano, en el prólogo al libro que por decisión de él mismo y del editor de Valparaíso Ediciones, Javier Bozalongo, tomó como título el nombre de la vieja housefarm. 

Eagle Pond recoge una amplia selección de los poemas que, con sus paisajes y su vida como referentes, escribieron tanto Donald Hall como Jane Kenyon.  Es un libro emocionante, cargado de experiencia y de memoria, en el que no es difícil advertir el pulso de una poesía directa, alérgica al artificio gratuito y profundamente apegada al temblor, no siempre visible, de la realidad. Aunque hay diferencias entre la poesía de uno y de otra (más próxima a la experimentación la de él, más sencilla y realista la de ella), ambas comparten una dependencia sentimental hacia los escenarios donde discurrió la vida: su vida. 

Jane Kenyon
Confieso que mi lectura de la poesía norteamericana del último medio siglo con motivo de mi labor en la colección de Bartleby me ha ayudado a desprenderme de no pocos complejos respecto a mi propia poesía y a sus vínculos con lo vivido, con la memoria íntima, con algunas emociones alejadas de lo colectivo, algo sobre lo que he escrito algunas líneas en este blog (enlace) y sobre lo que escribiré a propósito de Los días extraños, mi último poemario, no tardando mucho. En todo caso, la lectura y relectura de Eagle Pond es la confirmación de esa evolución personal. Jane Kenyon escribe poemas a las estaciones, a los cambios que advierte en la naturaleza, a recuerdos en apariencia irrelevantes como el acto de planchar el mantel de la abuela, unos calcetines, la labor de unos pintores en la casa, la tormenta del verano, las flores heridas por la escarcha, el sol del crepúsculo o la laguna cuando anochece.... Son las señales que construyen una vida, que, al evocarlas, despliegan un mundo, un tiempo, unos paisajes y un hogar compartido: una realidad, en definitiva, que el paso del tiempo se lleva inevitablemente y que sólo podrá vivirse en el poema.  Los poemas de Kenyon, inéditos en español (Vélez Otero subraya la existencia en España de una amplia selección -a la que califica de excelente-, De otra manera (Pre-Textos, 2007),  traducida por Hilaro Barrero) agrupados bajo el epígrafe "Poemas de la laguna", tienen mucho de autobiográfico y en ellos, aunque aludan a la enfermedad (Donald Hall padeció un cáncer que superó y ella murió de leucemia), hay un punto gozoso, que nos habla de la felicidad, de la preminencia de la vida sobre la muerte incluso en los momentos más difíciles:

"No, la felicidad es el tío que nunca conociste,
que llega con un avión de un solo motor
a la pista de aterrizaje cubierta de hierba y va al pueblo
haciendo autoestop, pregunta en todas las casas
hasta que te encuentra dormida a media tarde
que es como sueles estar durante las despiadadas
horas de tu desesperanza".
                               (Jane Kenyon. Fragmento del poema "Felicidad")


De Donald Hall escribí hace un par de años una entrada en este blog a propósito de su libro-testimonio de la experiencia de la enfermedad y muerte de JaneWithout. Una portentosa elegía en la que la cotidianidad y la épica de las pequeñas cosas que rodean la vida (y la muerte) cobraban forma a través de un verbo poderoso, fuertemente emotivo y, a la vez, renovador. Tiempo después me llegó otro poemario escrito bajo el peso de tan doloroso acontecimiento, La cama pintada. Llama la atención que Hall, nacido en Eagle Pond y protagonista de una memoria sentimental de infancia y adolescencia vinculada a la finca, aporte al libro bastantes menos poemas que su compañera. Sobre todo, si tenemos en cuenta que la edición  y la selección de los textos ha sido llevada a cabo, según nos cuenta Vélez Otero, el traductor, por él mismo.

Textos del libro Viejos y nuevos poemas, de 1990, de Manzanas blancas (2006) conforman el grueso de esta segunda parte. A ellos hay que añadir tres poemas recogidos bajo el epígrafe "Museo de las ideas claras". Aunque no es el estilo directo y despojado de Kenyon, la práctica totalidad de los poemas de Hall reflejan un parecido modo de acercamiento a la realidad de la granja y de la existencia allí sedimentada. La diferencia está en cierta propensión a la imagen imprevista, a incorporar elementos oníricos, ensoñaciones que rozan el campo de la fantasía aunque sin perder nunca la dimensión de lo real evocado:

   "En la cocina de la casa antigua, ya tarde, 
estaba preparando café
   y, casi dormido, pensaba en mis amigos.
Entonces cambió el sueño. Esperé.
   Caminaba solo todo el día por la ciudad
donde nací. Hacía frío. 
  era un sábado de enero, 
cuando nada ocurre. Las calles cambiaban
   al tiempo que el cielo se oscurecía"

                         (Donald Hall. Fragmento del poema "En la cocina de la vieja casa")

El amor, el paso del tiempo, las labores del campo y el placer que transmiten cuando se hacen sin el peso de la obligación, los recuerdos familiares y, como no podía ser de otro modo, las vivencias junto a una Jane Kenyon mortalmente herida por la leucemia, son los temas que aborda Hall.

Eagle Pond es, obviamente, una selección de poemas que alimentaron distintos libros de ambos poetas. Sin embargo, puede ser contemplada como la crónica narrativa de una comunión con una casa, con los paisajes que la rodean y con las costumbres que, a lo largo de los años, le dieron sentido, un sentido que va mucho más allá del valor sentimental de un inmueble y del terreno en que se levanta. La casa-granja que vemos, semioculta entre los árboles, en la portada del libro, es un ser vivo, un personaje centenario en el que respiran los familiares que desaparecieron, los amigos que acompañaron noches de charla y chimenea, las horas dedicadas a la escritura frente a una ventana que da al bosque o al monte Kearsarge, los momentos de sexo y de amor en el tiempo de la felicidad de la pareja, la noticia del carretero, el recuerdo de la cocina de la abuela o los signos que en la naturaleza nos indican la proximidad de los solsticios..

Es ese libro que muchos hubiéramos querido escribir. Un libro en el que, por encima de todo artificio, la poesía cobra la densidad de la existencia que jamás alcanzaremos a vivir.

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Eagle Pond / Jane Kenyon y Donald Hall. Valparaíso Ediciones. Granada, 2015. 141 pags.

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