martes, 29 de noviembre de 2011

¿Censura?: mi frustrado homenaje a José María Millares en el Cervantes

Siempre es bueno dejar pasar un cierto tiempo para valorar los acontecimientos con una perspectiva desapasionada y, por ello, más rigurosa que en caliente. En este caso, el acontecimiento sucedió hace casi un año. No es un asunto banal (no lo fue), aunque para evitar complicaciones y juicios interesados (y, todo hay que decirlo, para no perjudicar a una de las partes, el editor y creador de la prestigiosa editorial de poesía Calambur) preferí dejar que el tiempo pasara para reflexionar con calma sobre lo ocurrido y dejar que la distancia eliminara lastres emocionales.

José María Millares Sall
Vayamos a la historia: el pasado mes de enero tuve no sé si la suerte o la desdicha de vivir, en primera persona, la experiencia de la censura o del veto. Fue con motivo del homenaje póstumo que la editorial Calambur, con Emilio Torné a la cabeza, organizó, en la sede del Instituto Cervantes de Madrid, en honor a la memoria del gran poeta canario José María Millares Sall y con motivo de la concesión, a título póstumo, del Premio Nacional de poesía 2010 a su libro Cuadernos (2000 - 2009). El homenaje se celebró el día 19 de enero (podéis verlo íntegro en Cervantes TV pinchando aquí) y contó con la presencia y la lectura de los siguientes poetas: Alejandro Céspedes, Jordi Doce, Ignacio Elguero, Olvido García Valdés, Ana Gorría, Antón Lamazares, Nieves Mateo, Miguel Ángel Muñoz San Juan y Ada Salas.  Una lista cerrada a última hora en la que faltaban dos nombres: el del autor de este blog, y el de Félix Grande. El primero, por haber sido eliminado el viernes previo a la celebración del homenaje (el 19 era miércoles); el segundo porque no acudió al homenaje por imprevistos problemas de salud, tal y como fue expuesto por Emilio Torné durante el desarrollo de acto.

Lo descrito en el párrafo anterior, con la salvedad de lo escrito en las dos primeras líneas, es la historia conocida. Sin embargo, hubo una intrahistoria. La intrahistoria de un atropello, de un auténtico acto de censura que me afectó personalmente. La instrahistoria se inicia el 4 de enero de 2011, cuando el director de editorial Calambur me llamó para invitarme a participar en el homenaje. La razón de mi presencia, junto a mi condición de poeta y de conocedor de la obra de Millares Sall, era que yo había sido el autor de la critica al libro galardonado. Mi crítica apareció en el diario El País con el título "Pulso existencial" y fue  una de las pocas que se publicó en la prensa diaria (por no decir la única). Mi participación, como la del resto de los poetas, consistiría en la lectura, en la tribuna de la sede central del Cervantes, de un poema del autor canario por no más de tres minutos. Por supuesto, acepté encantado. A lo largo de los días posteriores, Emilio Torné me informó, en alguna conversación telefónica, de la marcha de la organización, de las características que tendría el acto y de los poetas que habían aceptado participar en él. La relación se puede leer en el párrafo anterior y, por ello, no me extiendo.

Pasaron unos días (que aproveché para releer la obra de Millares y para seleccionar un par de poemas para su lectura) y, a la espera del típico tarjetón y de la cita,  me olvidé del asunto mientras la editorial, con la institución anfitriona, organizaba el acto, las invitaciones y el resto de las actividades que exigía cumplir el objetivo que Calambur se había planteado. El día 14 de enero, casi a mediodía, recibí una llamada de Torné. La noticia fue clara y rotunda aunque comunicada con la desolación propia de quien sabía que, para salvar el homenaje, había tenido que tragar con una clara injusticia. Me dijo que las más altas instancias del Instituto Cervantes le habían comunicado, en la voz de su director de cultura  Rufino Sánchez, y en una conversación telefónica, que yo no podía estar en el homenaje póstumo a Millares. Es decir: debía ser borrado de la lista de lectores de poemas. No había explicación, ni razón alguna (le hablaron de horarios y otras excusas nada convincentes) que la justificara. Simplemente que Manuel Rico no podía estar. Mi primera reacción fue expresar públicamente mi protesta ante tan intolerable exigencia y llamar al Cervantes para que alguien me explicara las razones de la misma, pero Emilio Torné me dijo que eso pondría en peligro el homenaje, que en él estaba comprometida la familia del poeta y el resto de los escritores y que no podía arriesgarse a que todo se fuera al traste. Lo entendí e hice un monumental esfuerzo de racionalidad.

Estuve presente, entre el público, en el homenaje. No vi al citado director de cultura. La directora del Instituto intervino brevemente en la apertura y a los pocos minutos desapareció. Supe, al principio del acto, que el poeta Félix Grande, había excusado su asistencia por razones de salud. Me llamó aquella noche para expresarme su solidaridad y su desconcierto: me dijo que no podía entender lo que había ocurrido con mi exclusión. Digo más: añadió que era la primera vez que tenía noticia de semajante actuación en su ya larga relación con el Instituto. Ése era su problema de salud, estoy seguro.

Algunos amigos íntimos me aconsejaron en aquel momento escribir un artículo denunciando aquella actuación. "Si no en el periódico, al menos en tu blog", me decían. Sin embargo, opté por la responsabilidad y por salvaguardar el compromiso con Calambur. Sí trasladé al antes citado director de cultura (en breve, para vergüenza de quienes vivimos aquel episodio y para quienes creen en la libertad de expresión, será director en el Cervantes de Recife, Brasil) mi protesta por correo electrónico. Su respuesta, tras insistir mediante otro correo ante su silencio, fue elusiva, brevísima y vergonzante. Me decía que era una actividad organizada, cito textualmente, "con la misma normalidad que el resto de actividades que se realizan en esta casa". Aquel e-mail no hizo sino dar mayor gravedad al asunto: yo había trabajado 3 años en tareas de dirección en el Cervantes y nunca, bajo ningún concepto, se había vetado a nadie en ninguna actividad propuesta por editoriales u otro tipo de entidades con un mínimo de solvencia cultural. Su nota hacía todavía más incomprensible el despropósito. Pensé que si la "normalidad" era aceptar o excluir a escritores, una institución de tanto prestigio como el Cervantes tenía un director de cultura (y a quien por encima de él legitimaba su actuación) instalado en la anormalidad, en la excepción. Es decir, en la censura.

Pronto se cumplirá un año de aquel "insuceso". El Cervantes, con toda probabilidad, habrá cambiado, para entonces, en su máxima responsabilidad. Creo que sólo una concepción abierta, tolerante, plural e integradora de la cultura puede dar pleno sentido a una institución que este año 2011 ha cumplido un cuarto de siglo. Mi identificación con la izquierda política y con los movimientos sociales y culturales progresistas casi desde la adolescencia me hace desconfiar de que ello sea así tras el triunfo del Partido Popular. No obstante, trabajaré a fondo, en mi condición de escritor y con mis modestas posibilidades, para que un episodio como el que aquí he relatado no vuelva a tener lugar. En todo caso, mantengo desde entonces una incógnita que nadie ha resuelto: ¿por qué razón se produjo aquella exclusión? "The answer, my friend, is blowing in the wind", que diría Bob Dylan

jueves, 17 de noviembre de 2011

Lo esencial: el mundo de la cultura y el 20-N

John Steinbeck
Durante los años treinta y cuarenta del siglo XX, el mundo de la cultura vivió de manera intensa las consecuencias económicas y sociales del crack del 29. Hoy no nos es posible desvincular las grandes novelas de Steinbeck, de Faulkner, de Dos Passos o la poesía de Carl Sandburg, o Edgar Lee Masters, de aquella dramática coyuntura. El mundo, conmocionado por una crisis estructural, intentaba primero explicarse las razones que habían llevado a millones de familias a la miseria y, después, encontrar soluciones que permitieran su reconstrucción sobre unas bases distintas. En esa tarea, la labor de escritores, cineastas y artistas plásticos fue de una gran importancia.

Aunque no hubiera una relación mecánica entre cultura y política, las preocupaciones de fondo de la literatura de la época estaban relacionadas con un impulso de las ideas redistributivas que se abrían paso en la economía en la posguerra norteamericana y europea. Galbraith sucedía a Keynes y en Europa la clave de una sociedad atenta a los más débiles descansaba en la creación de poderosos sistemas de protección social y de eficaces servicios públicos, desde la educación o la sanidad hasta el sistema de pensiones. La literatura crítica no sólo denunciaba las injusticias o recuperaba la memoria colectiva más dramática —Grass, Böll, Martin Walser, Hesse, Camus, Sartre, los “jóvenes airados” de Gran Bretaña —, sino que coadyuvaba a tales avances en el convencimiento de que en cada paso en esa dirección había un empeño moral, un paso hacia la felicidad colectiva. Los mercados o tenían conciencia de la necesidad de limitar beneficios a favor de una sociedad menos injusta o una prevención enorme ante las exigencias de sindicatos y otras organizaciones sociales y ante el referente igualitario que suponía la mera existencia del comunismo en el Este. Y, en tanto, la literatura descendía a las realidades sórdidas, dibujaba las contradicciones sociales o realizaba prospecciones sobre el futuro (Aldous Huxley, George Orwell) en busca de sociedades menos vulnerables a los azares de una economía que, pese a todo, se sustentaba en la lógica del beneficio propia de toda sociedad de mercado. Leyendo las memorias de Günter Grass, o revisando la historia del Grupo 47, parte de cuyos miembros fueron soporte de las campañas electorales de Willy Brandt o activistas contra toda mirada complaciente hacia un pasado ignominioso o contra los retrocesos sociales, se advierte que históricamente el intelectual progresista ha combinado la crítica a la fuerza hegemónica de la izquierda, el SPD, con el apoyo firme en momentos decisivos

En España, la relación del intelectual con la política, especialmente con la izquierda representada en el PSOE, tiene algo de ciclotímica. A grandes idilios suceden gigantescas desafecciones. También aparece marcada por la culpa, por la mala conciencia y por la desconfianza. Incluso hoy, en medio de la más grave crisis en ochenta años, no es difícil encontrarse con la mirada simplista, con la actitud equidistante, con la renuncia a intervenir más allá de lo testimonial. Es casi un lugar común la reiterada tendencia a sucumbir al desencanto, a convertir errores políticos coyunturales (por ejemplo, reconocer tardíamente la crisis) o renuncias marcadas por la dureza del contexto (ejemplo: evitar el rescate y la intervención de nuestra economía en mayo de 2010), en excusas para la enmienda a la totalidad, para la descalificación al conjunto de una política. Es decir, a ser, más que la conciencia crítica del partido mayoritario de la izquierda o el prescriptor del voto a partidos minoritarios, el soporte intelectual de las posiciones abstencionistas, del voto en blanco, de un apoliticismo ácrata cuya consecuencia última (seguramente no pretendida) es facilitar el acceso al poder de la derecha. Falta el término medio basado en el rigor en el análisis, en la frialdad de mente frente a la tentación de la demagogia.

Günter Grass fue activista  en las campañas del SPD
Estar con el 15-M no es, a mi juicio contradictorio ni con el voto ni con la claridad de ideas respecto a la necesidad de apostar por un gobierno más sensible a las políticas reequilibradoras. No se trata del mal menor, sino de rigor, de coherencia. De evaluar, junto a la crítica a las derivas erráticas de un gobierno y a la exigencia de más democracia y más transparencia, qué propuestas permiten avanzar en la Europa social y limitar el poder de los mercados (pese a las nada desdeñables dificultades objetivas), afirmar la civilidad, profundizar la democracia, dignificar y extender la cultura, la educación, el laicismo, los servicios públicos, las políticas por la paz, la afirmación y ampliación de los derechos individuales y colectivos, comenzando por el derecho a la vivienda y acabando por el derecho al aborto, o al divorcio o a una radiotelevisión pública plural y volcada en objetivos de calidad, en la erradicación de la zafiedad y de la telebasura.

Ése es el núcleo, el elemento esencial ante el que el intelectual progresista no puede ser neutral aunque sea crítico, incluso radicalmente crítico, con el balance de un gobierno. Stéphan Hessel, autor de Indignaos y nada sospechoso de conformismo, lo dejó claro en Madrid el pasado mes de septiembre cuando presentó su ensayo Comprometidos. Vino a decir que admiraba a Zapatero y que en caso de tener que votar en España, optaría por el candidato socialista. Demostraba, con ello, clara conciencia de la complejidad de la realidad española y europea y de la necesidad de evitar el triunfo de las políticas más retardatarias y ultraliberales. Más que voto útil, se trataría de responder a una pregunta básica: ¿quién puede contribuir mejor a los avances democráticos, a abrir vías de participación, a establecer un diálogo con los movimientos sociales y culturales, incluso con el 15-M, a establecer mecanismos reguladores en el funcionamiento de los mercados? La respuesta parece obvia.

Al igual que sería un contrasentido castigar a Obama por perder —si así ocurriera al final— la batalla por la sanidad pública y posibilitar con ello un gobierno inspirado por quienes la ganaron y por el tea party, castigar al PSOE por parecidos “pecados”, no llevará, seguro, a un gobierno más a la izquierda, más reequilibrador y más democrático. El resultado, más bien, se situará en las antípodas. Y… ¿por cuánto tiempo? He ahí el nudo del problema: la cuestión esencial que el voto (o la abstención) dirimirá. Ni más ni menos.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Sylvia & Ted, un libro excepcional leído tardíamente

En abril de 2010, en la Feria del libro de poesía de Soria, Trinidad Ruiz Marcellán, la directora y promotora de la editorial Olifante, me regaló un libro de llamativo título. Sylvia &Ted. Su autor, para mí absolutamente desconocido entonces, era (es) David AceitunoPor la tarde de aquel día (creo que era sábado, un día antes o un día después del Día del Libro) yo leía poemas con Amalia Iglesias en el Casino Amistad Numancia y no estaba entre mis prioridades del momento sumergirme en el libro. Lo guardé y sólo  a mi vuelta a Madrid le eché una ojeada. Recuerdo que antes de abrirlo pensé que se trataba de una recreación de las vivencias en común del matrimonio que durante 6 años, entre 1956 y 1962, formaron Sylvia Plath y Ted Hughes, pareja mítica de la literatura universal. O de un breve ensayo sobre la relación entre las poesías de uno y de otra. Sin embargo, tras leer el espléndido y sintético prólogo de Gonzalo Torné y adentrarme en sus páginas, viví una experiencia apasionante. El libro está compuesto de poemas. En ellos, Aceituno abordaba un recorrido, entre lo emotivo, lo psicológico y lo literario, por una historia en la que el amor y el desamor convivieron durante un tiempo. Por cumplir con algún encargo de crítica a un libro que hoy no recuerdo, tuve que interrumpir la lectura y dejarla para otro momento. Coloqué el libro en un lado de la mesa de mi cuarto de trabajo y a lo largo de las semanas posteriores, sobre Sylvia & Ted se fueron acumulando novelas, poemarios y ensayos de toda índole, enterrando el libro durante un largo tiempo. Otras lecturas y otros encargos fueron distanciándome de él en las semanas y meses posteriores. Hasta el punto de que llegué a olvidarme de dónde lo había dejado. Incluso llegue a creerlo perdido sin remedio. Hace unos días, limpiando y ordenando la mesa, lo encontré. Fue una sorpresa y,  a la vez, una invitación a recuperar la experiencia de lectura interrumpida casi un año antes. Si las bicicletas, tal y como señaló Fernando Fernán Gómez, son para el verano, las lecturas en soledad de libros recuperados que se creían para siempre extraviados son para el otoño.

Sylvia & Ted está compuesto de poemas con una alta carga emotiva,  hondos, escritos con un lenguaje que mantiene un portentoso equilibrio entre lo conversacional y lo revelador. David Aceituno ha  metabolizado la poesía de ambos y, sobre todo, ha asimilado la tormentosa biografía de la Plath, su dolorosa experiencia de lo cotidiano, especialmente la desatención de Hughes, la soledad experimentada al lado de sus hijos y la herida, de consecuencias trágicas, que le produjo la marcha de Ted con su amante Assia Wevill. Sylvia Plath se suicidó el 11 de febrero de 1963 acabando con una vida que se le había hecho insoportable. Aceituno da voz a cada uno de los personajes que protagonizan lo que fuera una historia real. Ted medita, habla con Sylvia, se compadece o se arrepiente. Sylvia se dirige a Ted, recapacita sobre la soledad, sobre la depresión, sobre la imposibilidad de vivir, monologa con Assia, imagina a los amantes. Pero tales procesos meditativos no son construidos por Aceituno a partir de abstracciones. Cada uno de ellos es consecuencia de una anécdota o de un capítulo concreto, extremadamente concreto, casi siempre doloroso para ella y generador de mala conciencia, de tensión e ira, para él.

Por ejemplo: Ted habla de su conversación con Jillian, la amiga de Sylvia en cuyo domicilio ésta se refugió dias antes del suicidio, minutos después del entierro de la propia Plath: "El día de tu funeral le dije a Jillian que nadie te soportaba". Por ejemplo, Sylvia descubre que es engañada: "Supe que todo se había roto /cuando vi que tu traje favorito te quedaba algo más grande".  Por ejemplo, la amante Assia dirigiéndose a Sylvia intentando exculparse por seducir a Ted: "Lo único que hice yo / fue pasar por allí, / poner mi hocico en la tristeza, /husmear una parcela de futuro". Momentos de escritura, peticiones de perdón, súplicas, lecturas de poemas, conferencias impartidas en diversos foros. Parcelas de una biografía que Aceituno recrea a la luz de sus lecturas de la poesía de ambos y tras un poderoso esfuerzo de asimilación de los recovecos psico-emocionales de cada uno de ellos.  Ahora bien: aunque las raíces de todos y cada uno de los poemas de que se compone están en el mundo compartido por Sylvia y Ted, hay que decir que la destreza, el talento y la intuición de David Aceituno los convierte en artefactos absolutamente autónomos, independientes, con sentido en sí mismos.

Es, sin duda, uno de los mejores libros que ha leído en este tiempo. Un libro que lamento haber leído tardíamente. Un libro con múltiples lecturas, polisémico, que es invitación a la relectura y una llamada a la complicidad sentimental, a la apropiación, por parte de cada lector o lectora, del universo recreado. Aceituno, sin ninguna duda, asumió un desafío muy difícil, casi imposible de saldar con éxito. Pues bien: ha sabido afrontarlo y nos ha dejado un poemario de muy alto voltaje. Un poemario que, lamentablemente (aunque haya que asumirlo con deportividad), ha sido silenciado en los medios de comunicación de mayor peso de nuestro país. Y, más allá, del universo de la lengua castellana.

Os dejo con este poema, titulado "Segunda fotografía", en el que Aceituno nos muestra la calidad y la hondura de su sabiduría poética diseccionando la fotografía que sobre el poema se reproduce:


La mirada de Sylvia como un poema no escrito.
Incluso el biógrafo más severo hablaría de amor: 
no desea poseer al objeto amado porque ya le pertenece.
Una mano podría deslizar su diadema 
hasta taparle los ojos 
y todo seguiría igual.

"Los contrastes se agudizan en las fotografías antiguas",
dice el aficionado, "el color negro impera en Ted
porque el blanco consume a Sylvia".

De la gente con labios finos suele decirse que tienen mala luna,
que son avariciosos y posesivos.
Lo que no se dice es que necesitan poseer para destrozar lo poseído.
Mirad la geometría de su rostro: el dios indestructible
de la corbata negra.
¿Qué se oculta tras su frente?
¿Un mentón es un presagio?
¿Quién de los dos será la primera víctima?



miércoles, 2 de noviembre de 2011

Las "provocaciones" de Alberto Olmos y su viejo y conocido trasfondo

En El Cultural de El Mundo correspondiente a la semana del 14 al 20 de octubre, leemos, en portada y sobre un fondo constituido por el rostro en primer plano del autor que protagoniza uno de los reportajes largos de la revista, el siguiente titular: "Alberto Olmos. El último provocador de nuestras letras ataca en Ejército enemigo, su última novela, la corrección política que invade la literatura". El titular, obra de Nuria Azancot, la entrrevistadora, invita a conocer a un autor sin pelos en la lengua, cuya literatura supone una provocación a las verdades establecidas y un desafío a lo que él denomina "corrección política". Es un buen argumento para generar expectativas, vender el suplemento y, a la vez, ayudar a la venta de ejemplares de la novela glosada.

Alberto Olmos.
De la entrevista a Olmos llama la atención su juicio sobre dos aspectos, que creo esenciales, de nuestra realidad literaria. Olmos, jaleado por la entrevistadora, ha publicado, según se lee en la entradilla "una diatriba implacable contra la solidaridad y su fracaso". En efecto, a lo largo de la entrevista, el joven narrador se extiende en una serie de opiniones relacionadas con la política , con el compromiso de determinados artistas y con principios como la solidaridad, la moralidad del compromiso, sobre los ejemplares que uno ha de vender para considerarse escritor que, lejos de suponer una provocación con la mirada proyectada hacia el futuro, como hace suponer el título del reportaje, es una suma de lugares comunes que, en cuanto se araña mínimamente, conducen a la defensa del mundo tal y como ha sido concebido por los sectores dominantes: es decir, su provocación, desde el punto de vista político, está cargada de las convenciones de la derecha más rancia, más descalificadora del compromiso del intelectual que pulula por nuestro país.

No entro en el contenido de la novela, que no he leído, sino en la panoplia de juicios sobre todo lo que no esté relacionado consigo mismo y con su vocación de escritor de éxito. Olmos afirma que su libro ha sido inspirado, entre otros, por aquellos "artistas que disfrutan de vidas regaladas desde que vinieron al mundo, que jamás han tenido problemas para conseguir trabajo o ni han tenido que cargar cajas o atender en un call center". ¿A qué artistas se refiere?, se pregunta el lector. Porque en todos los ámbitos de la sociedad, algunos mucho más dañinos para la vida cotidiana de los ciudadanos, hay gentes que disfrutan de vidas regaladas desde que vinieron al mundo. Precisamente, en el de los artistas es en el que quizá hay menos personas con vida regalada desde que nacieron. Poco después, siguiendo la lectura de la entrevista, nos enteramos de quién se trata: "es que el discurso del progre solidario", afirma Olmos, "me pone histérico: me ofende esa gente que disfruta del capitalismo salvaje pero que como está afiliado a Unicef o a Greenpeace, se siente libre de toda culpa, va a manifestaciones y da lecciones para salvar el mundo". Ahí le duele. Estamos ante un argumento muy parecido al que enarbolan los columnistas de determinados medios relacionados con el conservadurismo más extremo contra todo artista, si es conocido con más razón aún, que defiende posiciones progresistas, que se manifiesta con los parados, con las causas ecologistas, por la paz, los que encabezaron el "no a la guerra" en 2003-2004. Es decir, "los de la ceja" en algún caso, los que sintonizan con Izquierda Unida en otros, los que salen a la calle hombro con hombro con los sindicatos en los de más allá o los que han estado, el 15-M o el 20-O en la Puerta del Sol.

No sabemos si Alberto Olmos preferiría artistas, acomodados o no, indiferentes ante las tragedias humanas, encerrados en la urna de cristal, o si de lo que se trata es de criticar las causas por las que esos artistas se movilizan o se asocian (sea en Unicef, sea en Greenpeace): la solidaridad, la paz en el mundo, la lucha contra el hambre. Prefiero un noble comprometido con las causas de progreso (véase el caso, en la Italia de los años 70, de Enrico Berlinguer), o un empresario encabezando iniciativas en esa dirección que dedicados sólo a lo suyo o ejerciendo de puros defensores de sus derechos de casta o de clase. Parece ser que el personaje de su novela es de los que se "despachan" contra esos artistas y critican la solidaridad "fracasada". De lo cual, se deriva que ésta sería una causa errática. En consecuencia, no se trata de una provocación innovadora en el campo de las provocaciones. Se trata de alinearse con viejas acusaciones aunque, eso sí, llegando al grado de histerismo (porque el compromiso de otros, tal y como responde a Nuria Azancot, le ofende y le pone histérico)..

Claro, después de moralizar con vehemencia acerca de la inoportunidad del compromiso con determinadas causas, Olmos, intentando distanciarse de la intencionalidad política de las últimas novelas de Belén Gopegui, añade: "los escritores no somos ni sacerdotes ni moralistas y (que) la literatura debe ser espectáculo". ¿En qué quedamos?

A ese abanico de afirmaciones relacionadas con la política, agrega unas cuantas relacionadas con la literatura y en las que transpira una cierta vocación por emular la peripecia de los best-seller, aunque diciéndolo de manera oblicua. Dice Olmos: "yo no puedo ir a la calle y creerme escritor si sólo me leen quinientas personas".  Es obvio que el novelista tiene ambiciones. No sé si literarias: desde luego sí de que compren sus libros. Ése deseo forma, sin duda, parte, del catálogo íntimo de deseos de todo autor de un libro: vender el mayor número de ejemplares posibles. Pero vincular las ventas masivas al convencimiento propio sobre la condición de escritor va una gran distancia. La que va de la boutade a la afirmación rigurosa. Acerca de ello ha escrito un magnífico artículo Ignacio Echevarría titulado "¿Cuántos lectores necesita un escritor?". Leamos un fragmento:

"Quinientas personas, a Olmos le parecen pocas. Eso despeja el panorama, pues de un plumazo se barre con un elevadísimo porcentaje de quienes se toman por escritores, ilusos ellos. Para ir por la calle creyéndose escritor él necesita que lo lean cuántos: ¿mil, diez mil, veinte mil? Y ese número, ¿establecería algún tipo de grado o de precedencia? Quiero decir, ¿se es más escritor si te leen diez mil que quinientos? Bueno, claro, en cierto modo sí. Lo que pasa es que, conforme a ese criterio, escritores-escritores, de esos que pueden ir por la calle diciéndose, muy ufanos, ¡soy escritor!, lo son, sobre todo, dejémonos de gaitas, Carlos Ruiz Zafón, o María Dueñas, o Arturo Pérez Reverte. Por debajo de ellos, sumidos en dudas cada vez más desgarradoras acerca de sí mismos según se desciende en el escalafón, estarían los demás, hasta llegar a ese montón innombrable de quienes publican libros que apenas venden quinientos ejemplares."
Aviso para navegantes, sobre todo para poetas, premios nacionales y de la crítica incluidos: no deben considerarse escritores si no los leen más de quinientas personas. Es, sin duda, su opinión. Una opinión legítima y respetable, pero que no puedo compartir. El número de lectores de un libro depende de factores que van del sello editorial que lo publica hasta la distribución pasando por la provincia en que sale o la repercusión en los medios. En todo caso, hago mías las palabras de Echevarría.

Por último, Nuria Azancot cuenta de él: "asegura ser un lector 'cargado de prejuicios' que no lee novelas sobre la guerra civil, el holocausto ni premiadas, pero que siente gran curiosidad por los creadores más jóvenes, aunque algunos 'sean deleznables' ". Casi nada. Eso no es ninguna provocación sino sumarse a una corriente tan real como la vida misma y alineada, en la mayor parte de los cosas, con una visión conservadora del mundo. Son muchos los artículos en contra de la recuperación de la memoria histórica, en contra de las novelas sobre la guerra civil o sobre el Holocausto: "quien pierde la memoria, pierde identidad", escribió y cantó Raimon. Deduzco, por ello, que entre los "deleznables" de los creadores más jóvenes están las que aluden , directa o indirectamente, a esos temas o a la memoria que de ellos perdura en el presenteo: pienso en Isaac Rosa, en Menéndez Salmón, en Marta Sanz,  en tantos otros.

Amamos con Joan Manuel Serrat - Mi despedida

  En 2012 publiqué   Fugitiva ciudad,  En aquel libro, especialmente querido, había un capítulo, compuesto de 11 poemas de amor, homenaje al...