"Diez meses antes de la muerte de Ray emprendimos con coraje una dura batalla, pero en mayo de 1988 supimos que la victoria no sería posible. Ray murió el 2 de agosto. Ese período de tiempo tuvimos que asumir que no saldríamos de aquello. Fue duro, muy duro. Pero, aunque resulte extraño, fue una de las fases más trascendentes de nuestra vida en común". Así comienza el texto "Sin final", uno de los trabajos de Tess Gallagher que forman parte del libro que este otoño editará Bartleby, Carver y yo, traducido, al igual que ocurriera con los libros de Ray Sin heroísmos, por favor y Todos nosotros, por el poeta asturiano Jaime Priede. Reproduzco el párrafo porque es quizá el resumen de lo que el libro contiene. Y porque es el que , de manera inequívoca, sirvió de anzuelo, el viernes pasado, para que dedicara buena parte del fin de semana a leer las primeras galeradas de este emocionante libro de Tess.
Carver y yo nos contiene a quienes hemos sentido esa mezcla de placer y dolor, de certeza e incertidumbre, de claridad y penumbra, que transmiten sus relatos y sus poemas. Es la indagación acerada, entre lo poético y lo sentimental, de Tess Gallagher en una experiencia amorosa que duró diez años pero que adquirió tonos de un emotivo lirismo, de una reflexión entre la desesperanza y la felicidad (una felicidad doliente) cuando a Ray le diagnosticaron el cáncer de pulmón que acabaría con su vida. A lo largo de esta semana he vivido largas horas al lado de Tess. Ha sido como prolongar la conversación que hace menos de un mes mantuvimos en una mesa de la en aquellos momentos solitaria cafetería de la Residencia de Estudiantes. Al leer las galeradas veía a Tess escuchando la opinión de Ray sobre sus poemas, tomando nota del viaje que realizaron juntos por Europa durante la primavera de 1987, evocando sus conversaciones sobre Chejov, o sobre la poesía de William Carlos Williams, o describiendo a un Raymond Carver viviendo entre la conmoción de un diagnóstico y la necesidad de afrontar la vida y la muerte sin desprenderse de la literatura, del relato, de la poesía.
En la lectura que he realizado estos dos días de Carver y yo, una lectura sin otra servidumbre que la del placer de la literatura de un sábado y de un domingo grises y lluviosos, he sorprendido en sus páginas una doble virtud: es la crónica de Tess -y, en parte, de Raymond Carver- sobre la zona de intersección en que la vida y la muerte conviven y dialogan. La mirada de la amante sobre el amado, sobre un amado que inevitablemente y en un plazo muy corto desaparecerá del mundo de los vivos. Con sus manías, con sus lecturas, con sus pasiones (Chejov, siempre Chejov), con sus miedos, con la permanente amenaza del alcohol abandonado una década antes, con su maniática aplicación a corregir poemas y relatos. Pero también es la reflexión de Tess Gallagher como poeta, como viuda entregada a recobrar el tiempo de Ray a través de sus poemas y, sobre todo, a recapacitar sobre el proceso de crecimiento del libro que escribió en ese tiempo doloroso y, según confiesa, feliz ("Me resulta duro hablar de aquellos días, decir que llegamos a ser felices. Y sí, lo fuimos. Sentíamos la felicidad como el brillo del sol en otra parte cuando la tierra está a oscuras", escribe Tess en el texto aludido al principio), en su hermosísimo y complejo libro El puente que cruza la luna (Bartleby, 2006).
La correspondencia entre Robert Altmann y Gallagher a propósito del rodaje de Vidas cruzadas, la película inspirada en 9 relatos de Ray, el diario del viaje por Europa que ella escribió, una honda conversación sobre Carver y el cine entre Robert Stewart, Altmann y Tess... Algunos artítulos y trabajos de la poeta sobre Ray y su mundo de amistades... Y las fotografías. Sí: las fotografías. El volumen contiene algunas fotografías que he visto por vez primera: Ray con Tess, Ray con Richard Ford, Ray vestido de smoking, Ray con su editor italiano. Fotografías en las que vemos a un Carver que, a veces, se oculta tras unas gafas oscuras como si huyera de la desolación; o que sonríe vagamente, como si observara en algún lugar no demasiado lejano el vuelo de la enfermedad o de la muerte.
Sé que no va a ser mi única lectura. Leer un libro en galeradas no es lo mismo que hacerlo una vez editado. Pero es una experiencia que aporta una extraña intimidad, la sensación de compartir con el autor (en este caso con Tess, la autora) su proceso creador: no olvidemos que el libro no será realidad hasta que, en septiembre, vea la luz. Y de sentir que, por unas horas, has formado parte de una familia que desapareció: la que Tess y Ray conformaron entre 1978 y el 2 de agosto de 1988. Dos escritores entregados al amor, a la literatura y a combatir la sombra del pasado alcoholico y devastador de uno de ellos.
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